Por Oswaldo Ríos Medrano
Pongamos algo en claro: la Feria Nacional Potosina (FENAPO) no es una celebración popular para los potosinos y sus visitantes, es, antes que otra cosa, un descarnado, opaco y lucrativo negocio para un puñado de funcionarios públicos y empresarios que cada año transan sin vigilancia cualquier cantidad de millonarios negocios, cuya principal característica es la oscuridad que es tan propicia para la corrupción.
En la edición del año pasado, ocurrieron dos muy buenas noticias para los personeros del senador priísta Teófilo Torres Corzo incrustados en la presidencia y la gerencia del Patronato que administra el boyante negocio de la FENAPO: la entrada se incrementó 50% (pasó de 10 a 15 pesos) y se rompió el récord de asistencia con un número aproximado de un millón y medio de asistentes. Suponiendo sin conceder que una tercera parte no hubiera pagado boleto (cortesías a grupos vulnerables entre otros), solo de entradas, la Feria ingresó unos 15 millones de pesos.
Ahora bien, suponiendo que del millón y medio de personas que asisten a la FENAPO, por cada 5 de ellas un vehículo ingresa al estacionamiento, eso significaría que al menos 300 mil automovilistas pagan 60 pesos cada uno por aparcarse en la Feria, solo por este concepto, las ganancias ascenderían a unos 18 millones de pesos. ¿Sabían ustedes que la administración de los estacionamientos la tiene un particular y no el Patronato de manera directa? ¿Cómo se decidió quién sería el afortunado potosino que sin invertir un solo peso en infraestructura y dedicándose simplemente a contratar un puñado de cobradores y franeleros se haría merecedor de una jugosa tajada de 18 millones de pesos en 24 días? ¿Hubo una licitación para ver quién ofrecía las mejores condiciones de operación o simplemente se le asignó por dedazo a ese amigo personal del gobernador que hoy lo administra? ¿Sabía usted que pagar el estacionamiento más caro del estado no le da derecho a tener un seguro contra robo parcial o total de su vehículo y mucho menos por daños? Claro. La casa siempre gana.
Con todo, las entradas y el estacionamiento serían los giros menos rentables del feudo privado en que han convertido la FENAPO. El mayor lucro se obtiene de la renta de los cientos de espacios en los stands de los pabellones. Con rentas que van desde 20 hasta 30 mil pesos en el interior y de 15 mil hasta 20 mil pesos afuera (sean o no rentables), el Patronato se hace de varias decenas de millones con el alquiler de los espacios públicos.
La gallina de los huevos de oro, sin embargo, es la arbitraria decisión de permitir la operación de ciertos antros, cantinas, bares y restaurantes cuyas rentas oscilan entre los 200 mil y los 400 mil pesos por el tiempo que dura la Feria y cuyo principal giro es la venta indiscriminada de alcohol a precios estratosféricos para poder recuperar sus inversiones y acrecentar sus ganancias. Por cierto, las empresas refresqueras y cerveceras venden cientos de miles de sus productos en los pasillos de la Feria a precios 400% más altos que el que ofrecen normalmente al público: ¿A cambio de qué el Patronato autoriza esas generosas concesiones? Porcentajes y cifras que son más misteriosas que los rollos del Mar Muerto.
Por concepto de baños se cobran 5 pesos. Si uno de cada 5 asistentes lo usa, la entrada es de 1 millón y medio de pesos. Los juegos electromecánicos operan en el mismo esquema de concesión y respectiva tajada. ¿Ha ido usted a la Feria? Casi todas las cosas que usted quiera hacer ahí le cuestan. No es una festividad, es un desplumadero.
Se podría argumentar que las ganancias son necesarias para mejorar las instalaciones de la FENAPO pero hace mucho tiempo que no hay obras de infraestructura importantes y que la cartelera de espectáculos en el Teatro del Pueblo con una o dos excepciones es francamente famélica. Varios artistas anunciados con anticipación ni siquiera se presentaron y otros se ofrecen sin mayor afán que cumplir con el requisito de presentar alguna variedad que haga ruido.
La seguridad pública dista mucho que desear: el ataque sexual del que fue víctima una jovencita; las agresiones a los vehículos de UBER (otro negocito “de la casa”); los robos con violencia a visitantes que se atreven a desplazarse a pie y las habituales peleas entre ebrios en el área de cantinas, son la prueba palpable de que la FENAPO es, igual que el resto del estado, una zona de alto riesgo para los potosinos.
Vacío de autoridad, ausencia de seguridad, tráfico de influencias, compra de conciencias y corrupción, son las características distintivas del desgobierno de Carreras y todo eso puede verse en su forma más grotesca en el microcosmos de la FENAPO.
Antes de terminar, déjeme platicarle de otro negociazo suculento: el Palenque. Ignoro (igual que usted que me lee pues esto jamás se ha informado) cuál es el régimen jurídico en el que opera este inmueble, pero el bisnes no tiene desperdicio. Este año, por primera vez en mi vida, asistí a un espectáculo que se ofreció en ese lugar y pude observar de forma directa lo que ahí ocurre. Es como entrar a una realidad aparte. Una botellita de agua que uno puede comprar en una tiendita a 6 pesos ahí vale 40. Una cerveza que vale 12 pesos ahí vale 40. Una botella de licor que en el mundo real vale 500 pesos, en el submundo del Palenque vale 2 mil pesos. Los boletos varían dependiendo del artista, pero en cualquier caso los más baratos son de 150 pesos y los más caros llegan a valer más de 2 mil pesos. Eso sin contar con las apuestas en el Bingo y las sádicas peleas de gallos. ¿De cuánto es el negocio y cuánto recibe el Patronato por entregárselo a un particular? ¿Cómo se decidió quién sería ese particular? ¿Cuántos millones de pesos se obtienen de ganancia y quién se queda con ellas? Preguntas que ya verá usted, van a quedar sin respuesta porque, aunque les pudre que alguien los cuestione, lo único que no pueden hacer es transparentar esas complicidades aviesas y pestilentes.
Por cierto, al querer comprar el mejor boleto disponible para el show que se ofrecería ese día en el Palenque, la vendedora, empleada de una compañía privada que se encarga de comerciar los boletos y cobrar por ello una comisión adicional de 10% (otro negocito), me hizo saber que las primeras 4 filas no estaban a la venta, pregunté la razón y no me la supo explicar, pero llegó la fecha del concierto de Napoleón y pude percibirla con mis propios ojos. Esos lugares se utilizan para que los potosinos que no tienen mejor cosa en qué gastar su dinero, les disparen la entrada a funcionarios públicos de sueldo millonario, a empresarios que se las dan de estrellitas de jet set y a prominentes y lambiscones “líderes de opinión”, en fin, a simples golleteros de la más diversa ralea. Ese día, me tocó ver ocupar esos lugares de privilegio a varios gorrones platino: por ejemplo, al más vociferante y desprestigiado “defensor” de Ricardo Gallardo; a varios funcionarios “con mucha Gallardía” pero sin dinero para pagarse un boleto; al hermanito junior (de 40 años) de un secretario carrerista; al hijo de un notario priísta; al hermano famoso del dueño de un medio de comunicación local; etcétera, etcétera, etcétera, gargantas aventureras al amparo del poder político. Por eso casi nadie se atreve a cuestionar ese robo en despoblado.
La batalla que viene será lograr que la Comisión de Garantía y Acceso a la Información Pública (CEGAIP) aplique la Ley de Transparencia y obligue al Patronato a dar cabal cumplimiento a todas y cada una de las nuevas disposiciones, dado que se trata de un sujeto obligado en términos del artículo 23 de la Ley de referencia y por el principio de máxima publicidad. Hasta el día de hoy, la página de la FENAPO aloja información que hace meses no se actualiza y no cumple con las obligaciones legales. Una cueva de Alí Babá, pero con menos integrantes.
Los dueños del negocio repiten como mantra que la FENAPO es la “Fiesta de todos los potosinos”, pero no. En realidad, es la “fiesta” de unos cuantos que cada agosto hacen su ídem y se llenan los bolsillos hasta hincharse. A las familias potosinas les toca el triste papel de hacer grandes sacrificios para un día del año sacar a los hijos de la rutina, ponerse en peligro a ser asaltados (por maleantes, con corbata o sin ella) y gastar su escaso dinero para acrecentar la fortuna de esos “privilegiados” que han amasado riquezas gracias a ser traficantes del poder político y no por su innovación o audacia empresarial.
¿Y la Feria? En maletines de dinero que hacen girar la rueda de la fortuna. ¡Es una pena que solo Carreritas y sus amigos se puedan subir!
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