Ya llegó el agua

Antonio González Vázquez

Los políticos tienen el insano hábito de sacar provecho de las necesidades más apremiantes de la gente. Ahí donde hay un problema, seguramente habrá un político dispuesto a gestionar soluciones. Lo hacen porque, a su decir, están para servir a los ciudadanos de manera tan desinteresada como honesta.

Hay políticos que al ocupar un cargo de representación popular dan por hecho que lo suyo es también asumirse como gestores de su comunidad.

Nadie conoce las aviesas intenciones que mueven a un político a gestionar algo o a apoyar a alguien, pero en el fondo está un pensamiento de suyo ruin: favor con favor se paga.

Esa lógica se impone en las actividades de los políticos, aunque ellos le llaman “trabajo con la gente”. De ahí que, por ejemplo, un diputado diga que regresa a su distrito a trabajar con su gente para ver qué les hace falta.

Las Casas de Enlace le sirven al diputado para recibir peticiones de los ciudadanos que, abrumados por algún problema y ante el desdén de las autoridades, ven como alternativa dirigirle una petición a su legislador para que haga algo y les eche la mano.

Bien visto, es posible considerar que es bueno que un político ayude a su comunidad y que si está en condiciones de hacerlo, pues colabore para atender algún asunto de interés general.

Dice el refrán que nadie da un paso sin huarache. La expresión se utiliza cuando alguien se da cuenta de que una persona no hace nada sin esperar algo a cambio. En el caso de los políticos es del todo previsible que, al hacer un favor, esperan una retribución de los beneficiarios de su ayuda.

Puede resultar descabellado, pero difícilmente se puede esperar que un político haga algo sin esperar algo a cambio, digamos, un beneficio en términos de imagen o, de plano, en la boleta electoral.

Pongamos el caso de que un político se reúne con algunos colonos y estos le piden su apoyo para gestionar ante el Ayuntamiento la pavimentación de una calle y, de paso, resolver el problema del alumbrado que tiene en penumbras la colonia con los riesgos que ello implica.

Si ese político gestiona la intervención de las autoridades y se resuelve el problema, entonces los colonos estarán muy agradecidos con él, lo invitarán a la inauguración de las obras y lo pondrán como ejemplo de eficiencia, pero además le van a ovacionar y hablarán muy bien de él.

De hecho, se pondrán a su disposición.

Y ese es el momento que espera el político en cuestión y ya entonces les dirá: “como pueden ver, mi partido sí cumple, yo sí cumplo y si quieren que les sigamos apoyando, pues apóyenos el día de las elecciones”.

En la imagen, una cisterna con cinco mil litros de agua descarga en las instalaciones de una escuela en el municipio de Soledad. La escasez de agua en ese municipio afecta a miles de personas, no de ahora, sino desde hace ya muchos años.

Los prestadores de servicio de agua hacen su agosto durante todo el año dado que el organismo operador no puede surtir a todos con sus propias cisternas.

En la cisterna que abastece de agua a esa escuela en Soledad está, a la vista de todos, una manta en la que se anuncia que el gestor del apoyo es el diputado federal Ricardo Gallardo Cardona y, junto a su nombre, está el de Cámara de Diputados.

Es acertado que un político contribuya a resolver un problema, sin embargo puede haber dudas razonables de por qué el legislador quiere que se sepa que él es quien está ayudando.

Casos como ese no resultan ser una excepción sino más bien una norma en una clase política que ve en las necesidades de los demás una oportunidad para el beneficio propio.

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