Boko Haram, un ejército de niños

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Ya Gana Adjama se encontraba en clase cuando escuchó los disparos. Ari Lega recuerda que era lunes porque estaba montado el mercado en Damasak. Esta ciudad del noreste de Nigeria sufría, a finales de noviembre de 2014, un ataque de los yihadistas de Boko Haram que haría huir a sus habitantes hacia Níger para ponerse a salvo. “En cuanto escuché los tiros no dudé en reunir a mi familia y huir”, explica Lega. Lo mismo hizo Anamma Mele, el padre de Ya Gana. Pero su madre se quedó en Damasak, oculta entre los árboles junto a otras mujeres y niñas.

Hubo una primera alerta de que Boko Haram vendría y todo el mundo se fue. Estuvimos tres semanas en un pueblo cercano, pero como no atacó acabamos regresando. Dos semanas después los terroristas llegaron a Damasak”, recuerda Mustafa Mobber.

Miles de personas huyeron hacia el vecino Níger. Pero para llegar a este país hay que cruzar el río Komadugu Yobe, que se encuentra en la frontera. “Quien sabía nadar cruzó nadando y quien no, en piragua”, explica. Hubo quienes murieron ahogados y otros que fueron asesinados por hombres de Boko Haram, que se acercaron al río para disparar desde la orilla a quienes huían.

Los que llegaron al otro lado fueron acogidos en Níger. A finales del año pasado Boko Haram intensificó sus ataques y generó un flujo masivo de personas que huían hacia este país. Hoy se refugian allí unas 150.000 almas, según el Gobierno. Pero también han escapado hacia Chad y Camerún. Para poder atenderlos a todos, el 28 de diciembre, se abrió en Níger el campo de refugiados Sayam Forage, situado a unos 50 kilómetros de la frontera con Nigeria.

La mayoría de los que llegaron a Níger no viven en Sayam Forage, sino en pueblos y ciudades en familias de acogida. El campo alberga a 1.258 nigerianos según los últimos datos del Alto Comisariado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Se encuentra en una zona árida donde el viento no cesa e invita a la arena a colarse en las rendijas de las casas. Es un recinto en el que aún no hay ni escuela ni pozos de agua. Un camión cisterna de ACNUR la transporta cada día a Sayam Forage. La Cooperación Italiana (COOPI, con la financiación de UNICEF) brinda a los pequeños actividades para ayudarles a superar el trauma de la experiencia vivida. “Es muy incómodo”, admite Lega, “pero aquí me siento seguro. Tenemos agua y comida”.

“¡Salid o disparamos!”, gritaron los hombres de Boko Haram a Fanta Gremah, la madre de Ya Gana, y a quienes se escondían con ella. “Salimos y nos llevaron a la casa del alcalde. Nos retuvieron allí a más de 100 mujeres y niñas”, recuerda. “Eran sobre todo niños de unos 14 años. Todos iban armados. Los jóvenes eran los que más miedo daban porque eran quienes nos golpeaban“, cuenta Gremah.

Boko Haram les facilitaba alimento, pero “para conseguir agua para cocinar y lavarnos teníamos que salir fuera a buscarla”. Tras dos semanas en esas condiciones Gremah vio la oportunidad de huir con la excusa de ir a buscar más agua. Junto a otras tres mujeres y cuatro niñas se escondería en la casa de una anciana.

Ya por la noche, cuando dejaron de escuchar el ruido de las motos con las que se desplazan los terroristas, huyeron hacia el río. En Níger se reencontró con su familia, que la daba por muerta. “Creía que no saldría viva de allí, aun ahora mientras lo cuento siento cómo el corazón se acelera”.

“No quiero verlos ni oir hablar de ellos. Son gente que sólo mata sin motivo”, recuerda Lema. “Al principio su misión era religiosa y la gente se unía a ellos. Cuando se dan cuenta de que lo que hacen no es en nombre del islam ya es tarde. Si dices que quieres dejar de pertenecer a su secta entonces te matan”, explica Mobber.

Aunque Lema no quiere hablar de este grupo es imposible no hacerlo. Un rumor que muchos han oído es que Boko Haram ofrece dátiles -un símbolo en la religión musulmana- y sangre humana a sus combatientes. “Si comes y bebes eso ya no vas querer irte”, explica Mobber. “Es brujería. No sabemos si Boko Haram puede hacerla pero es lo que la gente cuenta“.

Esta semana, al menos 55 civiles fueron asesinados por Boko Haram en dos pueblos al noreste de Nigeria. Además, hombres fuertemente armados atacaron una vez más Maiduguri, capital de Borno que alberga a más de la mitad de la población de este estado de Nigeria tras huir de los ataques.

El terror continúa. Es por eso que, como explica Lega, por el momento, “la idea de regresar está suspendida. No quiero volver a vivir la misma experiencia otra vez”.

Así es como Boko Haram usa a los menores. Ayer mismo envió a una niña de 12 años con un cinturón de explosivos a un mercado del norte de Nigeria. Dejó siete muertos y 31 heridos.

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