Buchonas y buchones

Óscar G. Chávez

Como si se refiriera al uso de la famosa Catrina en día de fieles difuntos, el secretario general de Gobierno, Guadalupe Torres Sánchez, buscando exculpar ante la opinión pública a la regidora soledense Irma Patricia Cuevas Ovalle por la fiesta temática preparada para su pequeño hijo, elaboró un constructo discursivo en el cual justifica la identificación con la cultura de narcos y buchonas (tema de la referida fiesta) por ser “parte de la cultura de los mexicanos, es la forma en que nos burlamos de los problemas….  A saber quiénes son sus referentes.  

Para la regidora “fue con la finalidad de pasar un momento de alegría con su familia y amigos […] una manera lúdica de recrear un estilo de vestimenta y actitudes sociales que se expresan en la cultura mexicana en una fiesta familiar y que deben quedarse en ese ámbito…, mientras que para el diputado y presidente de la franquicia del Partido Verde en el estado habría que justificarla (ya no supe si a la fiesta o a la regidora) porque se llevó a cabo en el ámbito de lo personal: habrá que puntualizar que son dos cosas completamente distintas. Una es la vida personal que cada uno de los funcionarios tenga […] se trataba de una fiesta, de una reunión en familia…”. ¡Qué bonita familia!

El término buchona, en tiempo de mi abuela (que esté donde deba estar), se utilizaba para referirse a las mujeres que gustaban lucir, sin llegar al exhibicionismo descarado, sus turgentes senos; enseñar el buche. La connotación de estos tiempos es muy distinta, aunque quizá tampoco deba descartarse aquella, se usa para referirse a las novias o esposas de narcotraficantes, el adjetivo deriva del desmedido gusto por el güisqui de la marca Buchanans.

Según la socióloga Alejandra León Olvera (La feminidad buchona: performatividad, corporalidad y relaciones de poder en la narcocultura mexicana, CFN, 2019) “[los buchones] no son consumidores conscientes […] se trata de consumir lo que representa el poder […] se posicionan como hiperpoderosos…”.

Y sí, no hay consciencia; no entienden que no entienden.

Es inútil pedir chirimoyas al nopal, la cultura es una construcción social que evidentemente parte del entorno en el que vivimos, nos desenvolvemos, y del que elegimos imitar aquellas formas con las que nos sentimos identificado. De allí que si el hijo quinceañero de la regidora ilusionado pidió una fiesta de este tipo es porque evidentemente se siente identificado con esos personajes, a los que incluso puede considerar parte de su entorno social y cultural.

Para Amin Maalouf (Identidades asesinas, Madrid, Alianza, 2012, p. 35)lo que determina que una persona pertenezcaa un grupo es esencialmente la influencia de los demás; la influencia de los seres cercanos –familiares, compatriotas correligionarios–, que quieren apropiarse de ella y la influencia de los contrarios que tratan de excluirla. Todo ser humano ha de optar personalmente entre unos caminos por los que se lo empuja a ir y otros que le están vedados o sembrados de trampas; no es él desde el principio, no se limita a “tomar conciencia” de lo que es, sino que se hace lo que es; no se limita a “tomar conciencia” de su identidad, sino que la va adquiriendo paso a paso”.  

Bajo esos parámetros las conductas de este tipo y sus justificaciones, parten precisamente de una normalización de aquello con lo que se sienten identificados, por ser parte de su entorno. De otra manera no se puede explicar que no se considere apología del crimen organizado una fotografía en la que se posa con ropa de narco y armas de juguete, y teniendo como explicación la búsqueda de un momento de alegría.  

Echar mano de la burla como forma de escape, según lo dicho por Guadalupe Torres, es un sinsentido cuando se recuerda que durante la exposición de las grotescas alegorías llamadas Judas se ordenó retirar dos que satirizaban, una al gobernador y la otra al director del museo Francisco Cossío. Sin embargo, qué tan atrofiado se puede tener el razonamiento cuando se utilizan estas temáticas en un entorno (llamémosle Soledad, San Luis Potosí capital o cualquier municipio del estado) castigado por el crimen organizado, que es precisamente quien fomenta estas conductas.

De Eloy Franklin ni qué decir, si en el caso de los servidores y funcionarios públicos considera que es necesario separar la vida privada de la pública, habrá que responderle que entonces no tiene razón de ser las sanciones a deudores alimenticios ya que eso sucede en entornos que sólo atañen a la vida privada.

Aunque no tengo bases para afirmarlo y sostenerlo, tampoco tengo duda, todo esto deriva en parte de las actitudes que desde tiempo atrás asume el jefe indiscutible de toda la gavilla verde que se ha apoderado del estado. Fotos con armas de alto calibre, exhibición de ropas y joyas escandalosas (no importa que no se llegue a lo grotesco), un culto desmedido a la personalidad, y conductas asociadas a personajes que se sienten dueños de su entorno mientras disfrutan que se les vea como a un señor protector. La influencia del padrino sobre sus ahijados; puros complejos.

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.

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