Por: Oswaldo Ríos. Twitter: @OSWALDORIOSM
Nunca en la historia de México habíamos tenido un presidente que alentará tan descaradamente la división entre los mexicanos intencionalmente y que calumniara pública y cotidianamente a quienes piensan distinto de él.
No sorprende.
Desde su primer trabajo como delegado del Instituto Nacional Indigenista y hasta su última responsabilidad como dirigente nacional de MORENA, y por supuesto, las tres ocasiones que fue candidato a la presidencia de la república, la “plataforma” electoral de Andrés Manuel López Obrador se nutrió del resentimiento social y la promoción del odio de clases.
La premisa de su “proyecto alternativo de nación” es la generalización y el maniqueísmo: “Todos los problemas de nuestro país eran la consecuencia de que todo el poder estaba en manos de una mafia de saqueadores y corruptos que impusieron un modelo económico voraz que depredó los recursos para una minoría, mientras empobreció a la enorme mayoría de mexicanos”. Lo repitió como letanía durante 20 años y logró que varios miles de mexicanos lo recitaran como mantra opositor, que de nada sirve salmodiar en el gobierno.
¿Cuál era la solución para salir de esa pesadilla de despojo? Simple. Votar por él, un hombre que se promueve a sí mismo como “honesto”, “honrado”, “sensible”, “con un gran sentido común” y “cercano a la gente”, y automáticamente como por arte de magia, los problemas desaparecerían por voluntad presidencial.
El problema es que el discurso de López es muy eficaz para llegar al poder, pero no sirve de nada para hacer un buen gobierno y mejorar la calidad de vida de las personas. Rubro a rubro, el actual gobierno es un fracaso y presenta peores resultados que todos los que lo precedieron. ¿Si el gobierno de López Obrador no le va a dar resultados a los mexicanos, qué piensa darles para mantenerse en el poder? Lo mismo de siempre, dádivas, odio y polarización.
No pierdan de vista lo importante.
El desastre del gobierno del presidente López ha ocurrido porque sus políticas públicas no obedecen a la necesidad, sino a la necedad. No atienden la lógica de las carencias y demandas objetivas, sino a la obstinación de defender una demagogia que no se sostiene sobre principios de realidad económica, política o social.
Por eso todos los días el presidente arenga, insulta, calumnia, infama, veja, fustiga, acusa… divide. Lo hace deliberadamente y con la esperanza de que se le responda para que el debate siga siendo en sus términos: la cualidad (que él mismo define) de quienes lo cuestionan y no la realidad que lo confronta y él ignora.
Caer en esas provocaciones es lo que le permite alimentar su narrativa y evitar tener que responder por los problemas que no solo no resuelve, sino que hace más grandes.
Si desde la oposición se responde con un discurso que insulta a las personas, promueve el odio de clases, alimenta el racismo, celebra las violaciones a la ley cuando se cometen contra el gobierno (como no pagar impuestos) o se convoca a desconocer nuestra unión expresada en la república o el federalismo, en realidad se le está ayudando al presidente y al comportarse igual que él, se le regala el triunfo cultural de la división entre los mexicanos.
No se me malinterprete.
Este es el momento de cuestionar frontal, rigurosa, convencida e implacablemente al presidente López y su gobierno de mentiras, pero hay que hacerlo desde la democracia, no desde el odio.