Cotidianidad: Manuel Barbosa Cedillo, el pequeño niño inmigrante que soñó en grande

Carlos Rubio

Pensar parecería una cualidad automática del ser, un simple reflejo realizado por el acto de existir, pero es una acción tan compleja que la Real Academia Española ofrece siete diferentes definiciones, las cuales en la vida de Manuel Barbosa Cedillo pueden ser interpretadas como un lugar: los campos de algodón en Estados Unidos.

En 1947, al poco tiempo de haber nacido, cargado en brazos de sus padres Eliseo Barbosa Cárdenas y María Concepción Cedillo, originarios de San Luis Potosí, Manuel Barbosa cruzó la frontera, sin saber lo que le esperaba al otro lado de ese frío y renombrado río; era afortunado, podría decirse, ya que no era víctima de la incertidumbre que acechaba a sus padres al ir en búsqueda de lo desconocido.

“El niño es el padre del hombre”, frase del poeta William Wordsworth, fue lo primero que acudió a la mente de Manuel en nuestra plática. Una referencia a sus experiencias que lo impactaron de niño e influyeron a formar su ideología de adulto. El poder ver de cerca las redadas y el trato cruel al que eran sometidos los mexicanos que trabajaban junto a él en la frontera, fueron el impulso que lo llevó a convertirse en abogado.

Recuerda con claridad una anécdota que vivió en su infancia, cuando se encontraba trabajando en un campo de algodón y ya sabía hablar un poco de inglés. Llegó el patrón y comenzó a regañar a los demás trabajadores mexicanos; incapaces de entender y responder, estaban cabizbajos y confundidos. Así que fue y se paró frente a él, en defensa de ellos, y le explicó la situación. Satisfecho con la explicación, el patrón se retiró del lugar. Desde ese momento los trabajadores lo comenzaron a llamar “el abogado”, sin tener idea de lo que vendría después.

Fue en ese campo de algodón, o como Manuel lo llama, “campo de sueños”, donde pasó horas pensando sobre su futuro y en quién se quería convertir. Ahí sembró la semilla de un abogado que tenía la visión de defender a quienes eran víctimas de injusticias y darle voz a quienes no la tenían.

De Texas, viajó a Nebraska y luego a Illinois, donde siguió trabajando en los campos de algodón hasta los 10 años, siempre acompañado por sus padres, con quienes se muestra ampliamente agradecido, dejando ver una mirada de orgullo al hablar sobre ellos.

Su madre le inculcó sus raíces, mostrándole la cultura e historia mexicana y, sobre todo, de sus antecesores de San Luis Potosí, para que nunca olvidara el lugar del que proviene. Eso le dio la oportunidad de conocerse. Su padre lo impulsó a siempre tener sueños y metas que alcanzar, pero, más que eso, a tener disciplina y sacrificarse para lograrlos. Ambos deseaban que estudiara para que tuviera una vida más tranquila, lejos del sufrimiento.

Entre sus primeros sueños de niño se encontraba el de ser un vaquero o un charro, influenciado por la música de Pedro Infante, Jorge Negrete, Miguel Aceves Mejía, Cuco Sánchez, y los huapangos huastecos, además de las películas de la época dorada del cine mexicano. Creció en Estados Unidos, pero su corazón le pertenecía a México.

Determinación es una palabra básica para Manuel. Ni el idioma ni la discriminación fueron una barrera para que pudiera terminar sus estudios, primero en literatura inglesa, luego en derecho. En 1980 fue nombrado como primer presidente de la Comisión de Derechos Humanos en Illinois, puesto que presidió durante 18 años, hasta que lo nombraron juez federal de Illinois, cargo que desempeñó por 15 años. Ahora ya está jubilado y regresó nuevamente a la Comisión de Derechos Humanos.

En 2017, la Universidad de Matehuala le otorgó un Doctorado Honoris Causa por su trayectoria profesional y como ejemplo de vida.

Publicó un libro autobiográfico en ingles llamado “The Littlest Wetback” (El pequeño mojado, en español), en el que, además de relatar sobre él, se remonta hasta las raíces que le confieren el apellido Cedillo. Fascinado por la historia, se dedicó a estudiar a su familia, especialmente al general revolucionario Saturnino Cedillo.

Su pasado siempre está presente en él. Cierta vez decidió viajar junto a su esposa para visitar a sus nietos en el estado de Florida. Durante su camino por la carretera, corrió por su mente un recuerdo de su niñez; buscaba los campos de algodón más abundantes en los que pudiera piscar más y más. Se asomó por la ventana del automóvil y vio el campo con las bolas de algodón más grandes que había visto en su vida. En ese momento, se sintió feliz, al vislumbrar al pequeño Manuel, empedernido por obtener más y más algodón.

A veces se pregunta ¿qué hubiera pasado con su vida si no hubiera emigrado? Su padre nunca pensó en hacerlo, él trabajaba como camionero transportando ganado, sin embargo llegó a México una epidemia que enfermó a los animales y perdió su camión y su trabajo. Ese acontecimiento dio como resultado a un Manuel satisfecho con lo que ha logrado, seguro de haberle correspondido todos esos años a sus padres y a él mismo.

Hoy, 72 años después de cruzar la frontera, Manuel Barbosa se encuentra sentado a mi lado, en una sala de la Casa del Poeta Ramón López Velarde, recordando con nostalgia esa vida de sacrificios y satisfacciones. Esbozando una sonrisa cada vez que regresa a su mente la imagen de ese pequeño niño que piscaba algodón esperando recibir un dólar. Ese niño al que no le quedó más que soñar, en grande.

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