El regreso de Ricardo Anaya

Por: Oswaldo Ríos Twitter: @OSWALDORIOSM

Andrés Manuel López Obrador pasó del poder de la impotencia como opositor a la impotencia del poder como gobernante. 

Por eso el regreso de Ricardo Anaya es una buena noticia para el debate público. 

Su anuncio de que cada semana presentará un video sobre su visión de futuro, adelanta la formación de un polo de discusión con suficiente interés, como para contrastar la cantaleta del fracaso del presente por culpa del omnipresente pasado que todos los días nos receta el presidente López Obrador en sus conferencias matutinas.

Quizá ese sea uno de los más elocuentes efectos de la narrativa de Anaya el día de ayer: evidenciar la rancia y anquilosada manera de gobernar de López. 

Y de pasada, colocar en el centro, uno de los más graves errores de la forma en que conduce el país: los millones de votos que recibió en 2018 expresaban un clamoroso deseo de cambio, no una reedición de las mismas prácticas de siempre y muchos menos, una nostálgica evocación del viejo PRI de los setentas, aderezado con la retórica progre del rencor social. 

La enorme ventaja de Ricardo como opositor, es la misma que Andrés Manuel tuvo cuando lo hizo a lo largo de 18 años: quien cuestiona desde fuera no tiene nada que perder y puede evidenciar de forma contundente los errores del gobierno si es capaz de construir una narrativa creíble que se sostenga con argumentos. 

Es ahí donde es previsible que se concentren las acciones del gobierno, que al igual que han hecho contra todos los que cuestionamos a la sedicente “cuarta transformación” o al partido oficial, lo que venga es la descalificación de la persona, sin atender la racionalidad de sus juicios. 

Con Anaya ya difícilmente funcionará, no solo porque la Fiscalía General de la República resolvió desistir de la investigación porque no encontró ilicitud en su patrimonio, ni porque el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación resolvió por unanimidad que la artera actuación de la FGR afectó la equidad en la contienda en su perjuicio, sino porque frente al desastre en el que se encuentra el país y sabiendo todos el talante intolerante del presidente, las descalificaciones hacia Anaya son más predecibles y sosas que la tabla del 1.

Lo que sí será muy interesante es saber cómo piensa Anaya pasar de “retornado a la vida pública” a político con aspiraciones electorales. 

Si piensa hacerlo desde el PAN, lo que podría incluir buscar la presidencia nacional de ese partido o una diputación federal plurinominal en “21”, con vista a rehabilitar su candidatura presidencial en “24”, tal como refiere en su video. 

Otro que también debería estar preocupado es Marko Cortés (¿Se acordaban de él?), porque la elocuencia de Anaya podría terminar de quitarle, el de por sí, raquítico espacio que ocupa entre los opositores al gobierno. 

La irrupción anayista pondrá en evidencia la casi inexistente y muy endeble crítica que se hace en el CEN del PAN en contra del presidente López Obrador. 

Otra de las implicaciones del video de la segunda temporada de Ricardo Anaya en las grandes ligas de la política nacional, será saber qué ánimo y capacidad tiene para construir unidad y cohesión entre la muy amplia, pero fracturada oposición al gobierno (la mayoría fuera de los partidos), pero también la que incluye a Felipe Calderón y Margarita Zavala, al PRD, a MC y al priísmo de base que a diferencia de Alito, no se arrodilla ante López. 

Sí. Todas las encuestas serias refieren que somos más los mexicanos que nos damos cuenta del enorme daño que López Obrador le ocasiona al país, que aquellos que todavía lo apoyan, pero nosotros estamos separados en muchas y diversas posturas, mientras que él concentra todo su poder en su persona, sus complicidades políticas y en los programas clientelares con los que compra las conciencias y voluntades de los mexicanos más necesitados.

México necesita una oposición que proponga, pero que proponga unida. Esa es la clave y el desafío que se impone a quienes quieren que acabe esta pesadilla chaira. 

Porque como reza el adagio, de nada sirve luchar por separado, si al final van a derrotarnos juntos y lo que está en juego no es menor, es la vida o la muerte de nuestra maltrecha democracia. 

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