Es la economía, estúpido

Por: Oswaldo Ríos Twitter: @OSWALDORIOSM

“No ha habido crecimiento y si no hay crecimiento económico no hay empleo y si no hay empleo no hay bienestar y si no hay bienestar no puede haber paz y tranquilidad social y por eso es, precisamente, que hay inseguridad y hay violencia”, con esa claridad meridiana hablaba López Obrador como candidato.

Claridad meridiana que, como presidente, se ha tornado en la ciega terquedad por negar una catástrofe económica que tiene a México sumido en la peor crisis de su historia.

El presidente López Obrador niega la destrucción económica que ha provocado por la misma razón que niega cualquier tema que lo exhiba como un fracasado: para él es inadmisible admitir sus errores porque lo único importante es mantener a su partido y su persona en el poder al costo que sea.

Por eso, el dolor que provocan sus malas decisiones o la tragedia  de su negligencia no forma parte de las variables que le importen a la hora de hacer control de daños. A él solo le importa una sola cosa: sus indicadores de popularidad y la preferencia electoral hacia su partido, todo lo demás es bagatela sacrificable.

Sacrificable el decrecimiento de -0.1% del 2019.

Sacrificable la caída de 18.7% en el PIB el segundo trimestre de este año.

Sacrificable el medio millón de micro, pequeñas y medianas empresas que han cerrado el primer semestre del año.

Sacrificable la fuga de capitales por 8,700 millones de dólares hasta la primera mitad del año.

Sacrificable el derrumbe de los ingresos petroleros de 41.3% en términos reales.

Sacrificable el millón doscientos mil empleos perdidos en lo que llevamos del año.

Sacrificable que la deuda del país en su medida más amplia se incrementará 10 puntos del PIB en este año.

Sacrificable la caída de 39.7% en la inversión fija bruta.

Sacrificable que durante marzo y abril de este año, Moody’s, Fitch y S&P (las tres agencias calificadoras más importantes a nivel mundial), realizaron un cambio negativo a la calificación crediticia de México.

Sacrificable la inversión de miles de millones de pesos en proyectos de infraestructura que son financiera, técnica y socialmente endebles como Santa Lucía, Dos Bocas y el Tren Maya.

Sacrificable que los cálculos financieros de agentes externos coincidan que será hasta 2025 cuando México recupere los indicadores económicos que tenía en 2018.

Incluso sacrificable, la advertencia del secretario de Hacienda y Crédito Público, Arturo Herrera, quien señaló de forma cruda que para el próximo año no se contará con recursos provenientes de los fondos de Estabilización de los Ingresos Presupuestales y de Estabilización de los Ingresos de las Entidades Federativas, y tampoco con los “guardaditos” que tenía el gobierno para enfrentar emergencias.

Eso sin contar que en el pésimo manejo del presupuesto, por la ineptitud para realizar procedimientos administrativos, los subejercicicios han provocado desabastos en sectores tan sensibles como la salud.

O que en su afán de regalar dinero público para construir clientelas electorales se han devorado fideicomisos valiosos, se han desaparecido dependencias importantes y se han realizado reducciones salariales cuyo destino simple y sencillamente es discresional y sobre el que no se rinden cuentas.

Es decir, México está quebrado y falta muy poco para que, aunque López Obrador siga obstinado en decir que lo peor ya pasó o que la recuperación económica ya viene, la realidad económica acabe por abofetear al que ha sido el presidente más inepto, ignorante e irresponsable de nuestra historia.

Ante ese escenario nadie puede estar contento. El colapso de la economía afectará a todos, sin excepción, aunque fatídica y cabalmente se cumplirá el eslogan morenista: primero los pobres. Sí, porque en ellos se ensañará la crisis.

Y de nada servirán las “becas” y los “apoyos”. Sin sistema productivo, no habrá quien pague impuestos sobre la renta; sin empleo disminuirán los ingresos por impuestos al consumo; sin inversión extranjera, no habrá recursos adicionales que detonen la recuperación económica; sin ingresos petroleros no habrá dinero para financiar el gasto público; sin responsabilidad en el gasto el dinero seguirá despilfarrándose sin un objetivo estratégico; sin una orientación técnica de la economía, López Obrador seguirá conduciendo la política económica con temerarios criterios demagógicos y una peligrosa y supina ignorancia.

Tenía razón James Carville, asesor de Bill Clinton, cuando en 1992 insistió, insistió y volvió a insistir en que la narrativa de la campaña contra la reelección de George Bush padre era la economía y que había que evitar distraerse en otros temas que le convenían al presidente Bush.

Al final, Clinton ganó esa elección a pesar de que algunas encuestas llegaron a documentar una popularidad de casi 90% en el presidente que buscaba la reelección.

Tenía razón: ¡Es la economía, estúpido!

Te lo digo Morena, para que lo escuches Andrés.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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