Por Oswaldo Ríos Medrano
Formé parte del Jurado que decidió entregarle a Gustavo Guevara el Premio Estatal de Derechos Humanos 2017 y, por tanto, conocí ampliamente su trayectoria de defensa y promoción de los mismos, sus méritos y su lucha tenaz, aspectos que me parecieron igual que a mis colegas, inobjetables. Pero extrañamente, yo era el único de quienes tomamos la decisión, que no lo conocía, ni había oído nada sobre él.
“Debe ser porque no tienes Facebook” me dijeron, porque su activismo digital promoviendo la inclusión social de las personas con discapacidad y la diversidad sexual no tiene precedentes.
Me di a la tarea de preguntar a familiares y amigos, todos lo conocían. En la búsqueda de sus referencias, Gustavo Guevara Martínez se fue volviendo Guz Guevara, que es la forma que lo llaman, apropiándoselo, tanto quienes lo conocen, como quienes miran sus acciones, ven sus videos, escuchan sus conferencias o se topan con él en las calles de cantera de nuestro hermoso Centro Histórico. Deambulo con asiduidad esas rutas y tampoco ahí nos encontramos. O iba yo demasiado concentrado en la lectura de un libro o Guz demasiado concentrado en girar rápidamente su silla de ruedas para esquivarme, pero tampoco lo conocí por coincidencia.
Era definitivo, no conocerlo pasó de raro a imperdonable. Así que lo contacté para enterarme por mí mismo y realizar la entrevista que sirve de base a este texto.
Me recibe con una sonrisa. Está bebiendo café. Siempre sonríe. Su amabilidad, su charla fluida, su asertividad para contestar preguntas o para ordenar el café y su cordialidad congénita, conforman los rasgos de esa palabra con la que muchas personas lo definieron cuando les pregunté: ¿Y cómo es? Un hombre optimista, me dijeron. Es un hombre feliz, reescribo ahora.
Mi buen amor,
pues la verdad no hay otra cosa
que yo pueda hacer
tu no cambiaras, no me vas a convencer,
de que ahora sí, todo va a estar bien…
Mon Laferte, la chilena más mexicana que hay, es nuestra música de fondo.
Yo no creo eso de que “infancia es destino” pero sin duda los años precoces nos marcan y en mucho, los años por venir. Así que le pido que me hablé de su niñez, de cómo era vivir su discapacidad (osteogénesis imperfecta) en familia.
Es el menor de tres hermanos varones muy amados por papá y mamá, quienes siempre hicieron el mayor esfuerzo por darle las oportunidades de educación que hoy lo han convertido en un profesionista exitoso. Recuerda su niñez con nostalgia, suspira, a mí me vienen a la mente unos versos de la poeta (chilena, cómo no) Gabriela Mistral “país de la ausencia, extraño país, con edad de siempre, sin edad feliz”. Guz me dice que: “La discapacidad hace que de niño recaiga sobre ti una especie de culpa, incluso una angustia, por pensar que de alguna manera tú les estás provocando problemas a tus papás, y por otra parte, también me preocupaba la forma en que mis hermanos tenían que asumir el hecho de que yo recibiera más atención”. La preocupación por los sentimientos de los demás es una cualidad de Guz que lo acompaña hasta la fecha.
Más de 14 escuelas le rechazaron el ingreso para estudiar su educación básica. Ahora, también es consciente de la insensibilidad de las escuelas en las que estuvo. “Te voy a contar una historia” me dice, pero nos interrumpen. Llega una señora con sus dos hijos adolescentes, “vinimos a saludar al hombre famoso”, él les responde con su proverbial amabilidad y los invita a una actividad para jóvenes.
Continúa: “Con el pretexto de mi discapacidad decían que no podían responsabilizarse si me pasaba algo y que quizá mis padres podrían demandar a la institución y lucrar con ello. ¡Imagínate la desesperación ante tantos rechazos! Pero teníamos tantas ganas e ilusión de yo pudiera estudiar que no nos importó que, por ejemplo, en la primaria que me aceptó, casi todos los años estuve en el salón de arriba. Mis papás tenían que cargarme todos los días con la silla de ruedas. Ahora que lo pienso, solo un año estuve en el piso de abajo. ¡Increíble!”.
Ante los problemas de accesibilidad, su madre gestionó la construcción gratuita de unas rampas. “¿Y sabes cuál fue la respuesta de la escuela? Que no. Porque los niños las podrían usar para jugar y lastimarse”. ¡Claro, todo mundo sabe que a la escuela no se va a recibir educación! Pienso con sarcasmo. No hubo rampas.
En la preparatoria intentó un esquema de educación a distancia que no le funcionó del todo. Extrañaba el contacto humano y la discusión en clase, la presencia de compañeros y los cuestionamientos al profesor. Concluyó bajo ese esquema con tal de ir a la universidad.
Eligió la Universidad Politécnica. “Es la mejor experiencia académicamente hablando que he tenido”. (Quién lo diría, en el auditorio de esa institución, unos pocos años después le entregarían su Premio Estatal de Derechos Humanos).
Una de las cosas que más le gustaron de esa universidad era la libertad de poder desplazarse en una institución en la que por primera vez, no iba a necesitar la ayuda de alguien para moverse. Por mi mente pasa la enorme cantidad de instituciones públicas (ya no digamos privadas) que carecen de accesibilidad para personas con discapacidad, y me pregunto: ¿En cuántos casos las personas prefieren no acercarse a esas instituciones para ejercer sus derechos por esas barreras físicas infranqueables? Algunas que promueven incluso el ejercicio de derechos humanos, la CEGAIP, por ejemplo.
Es al final de la carrera que decide comprometerse como activista y descubre el mundo de la sociedad civil. Estudió la carrera de Mercadotecnia y al trabajar con organizaciones no gubernamentales descubrió que muy poca gente que estaba en colectivos tenía alguna discapacidad. Descubrió que “de la discapacidad hablan quienes no la viven” y para “mí, la discapacidad era de lo más común, parte de mi vida diaria y entonces dije aquí es”.
Decidió poner la mercadotecnia al servicio de su causa y volverse uno de los activistas más importantes a favor de la diversidad sexual y los derechos de las personas con discapacidad. Una de sus campañas más exitosas se llama #AmaLoqueEres y puede verse en YouTube. En ella, Guz Guevara le dice al mundo que: “Nadie debería sentir miedo, vergüenza o remordimiento por ser diferente”. Sí, máxime si consideramos que todas y todos lo somos.
Una de las mayores satisfacciones que ha recibido es el agradecimiento de alguien que ha sido capaz de hacer algo por sí mismo o en sí mismo, inoculado por alguna de las ideas de Guz que buscan “cambiar la mente”. La mayor adversidad ha sido la dificultad financiera para hacer cosas por la causa, pero también para resolver su propia situación económica. En la actualidad, existe incomprensión y hay quienes no entienden que además de ser el activista altruista que se entrega a los demás, tiene que pagar mensualmente sus cuentas.
La incomprensión se agrava, cuando Guz proclama abiertamente su homosexualidad. “No tengo que disculparme por ser gay”, dice en sus campañas y tiene razón, en estos tiempos de violencia “enamorarse es un acto de rebelión”. ¡Qué más da quién o cómo es la persona que cada uno decide amar! Recuerdo que en este país de prejuicios selectivos, las únicas que no discriminan son las balas.
¿Qué le dirías a quienes tienen una autoconcepción sexual diversa y la callan? “Pienso que es una cuestión paulatina y tenemos que hacerlo. Algunos dicen, ¡y a mí qué me importa lo que hagan con su cola! ¡Y sí importa, hay gente que por lo que haces con tu cola decide no darte un empleo o negarte derechos! Recuerdo un discurso de la actriz Ellen Page en el que dijo: Estoy cansada de mentir por omisión. ¡Qué terrible que una persona se omita por miedo y no por gusto! Yo no me callo mi sexualidad porque no te la estoy contando a ti, se la estoy contando a quien lo está viviendo y quizá no se atreve a vivirlo, sin miedo a ser juzgado por vivir con aquello que te hace feliz”. Oyen todos, pero lo escuchan quienes lo deben escuchar, le digo. Y en eso las redes sociales han construido el camino.
Su activismo digital ha llegado a niveles trasatlánticos, hace poco pasó unos “días felices” en Alemania en la Deutsche Welle con la filóloga cubana y emblema de la libertad digital Yoani Sánchez. El año que viene debutará como autor en un libro de “Narrativas de descalabro gay en América Latina”. Las redes sociales son las que herramientas inclusivas que han provocado esta globalización de la esperanza.
¿Se sufre ser gay en una ciudad tan conservadora como San Luis Potosí? “No me gusta la palabra sufrir. Ser gay se vive, y a veces las vivencias duelen y otras se gozan, como todo”. Por eso dicen que eres muy optimista. “Quizá. Pero creo que lo que hay, es mucho desconocimiento sobre la discapacidad, pero mucho más sobre cómo vivir la sexualidad teniendo una discapacidad”.
Expone una tesis interesantísima: “La concepción general de la discapacidad es que eres un héroe, e incluso, en el imaginario colectivo subyace la idea de que eres un ángel o una bendición; pero, por otro lado, la homosexualidad implica maldad, pecado, lujuria o perversión, ¡imagínate! Entonces, ¿cómo me percibes?” Como un ángel malvado, le bromeó a botepronto. Se carcajea. “Yo creo que sí, nunca lo había descrito de esa manera. Pero sí, a la fecha mucha gente quizá solo quisiera que hable del ángel, no del malvado, pero como yo soy muy firme, más se los menciono”.
¿Cómo está San Luis en accesibilidad urbana? “Mal”. ¿Qué hay por hacer? “Todo”.
Le pido que se defina en varios temas y obtengo un rasgo característico de su personalidad. “Tengo un conflicto con el fanatismo en cualquiera de sus formas y lo evito”. Es escéptico de las aseveraciones y las certezas. Le concedo razón, ante los inminentes riesgos de la tergiversación de las palabras: “¿Cómo te promulgas sin violentar a nadie en un mundo tan diverso?” Lo suscribo.
Logro arrebatarle algunas definiciones. Se identifica con Harvey Milk el primer hombre abiertamente homosexual en ser elegido para un cargo público en los Estados Unidos. Le digo que será inevitable una carrera política, sonríe y dice que “no le gusta, pero sabe que es necesaria”, lo descarta para 2018 pero no para el futuro.
Abomina el clasismo intelectual y en su selección de películas favoritas puede estar cualquiera. Lo mismo disfruta ver “Voces inocentes”, “Mulan” o “Kick-Ass”, también le gustó la maravillosa “Howl” sobre el majestuoso poema de Allen Ginsberg y la magistral actuación de James Franco.
Lee a Savater y a Saramago (otra vez la dualidad entre la defensa moral y la irreverencia política). Conoce a Pedro Lemebel (mi amado escritor, claro, chileno) pero no es su referente. A diferencia del cronista que usaba zapatillas, se maquillaba y llevaba “cicatrices de risas en la espalda”, Guz Guevara no comulga con el estridentismo y prefiere la inteligencia emocional como estrategia comunicativa. Deliberativo, reflexivo, crítico y autocrítico: su estrategia a favor de la inclusión es la inclusión.
Quiere hacer una maestría en Antropología Social en El Colegio de San Luis. Le digo que ahí tampoco va a batallar por falta de accesibilidad. Dice que en la agenda de corto plazo habrá que seguir luchando por el matrimonio igualitario y el cambio de mentalidad en las personas.
Cuando escucho la frase que lo define, sé que no cejará en su empeño. “Mi problema radica en que nunca me enseñaron que existe algo imposible”. El reto es enorme, pero tiene apenas 27 años y mucho camino por “rodar” como dice él. El mundo es redondo como las ruedas de la silla de Guz Guevara y nada, ni nadie, debería poner obstáculos para que todas las personas lo recorran con alegría, libertad y dignidad.
En cualquier lugar que nos encontremos, una cosa es segura, no será para siempre porque todo cambia, la vida no avanza linealmente, sino que da vueltas y a veces de una forma tan afortunada como la que me llevó a conocer a Guz Guevara.
Reparo en que estamos en un lugar que se llama Tres 60, que desde otra perspectiva son los 360 grados que hacen girar un planeta, una silla, un rehilete, un reloj o un CD que, por cierto, ya comenzó otra vez.
Mi buen amor,
parece fácil para ti
alejarte para luego exigir que te quiera
como si nada, nada, nada yo sintiera…
Mi buen amor.
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