Hemos construido una sociedad que ofrece poco futuro y eso es el semillero del sicariato: Everardo González

El documental Una jauría llamada Ernesto fue presentado este jueves en la capital potosina.

José de Jesús Ortiz Báes

Tiene un trato afable y una voz pausada. Se ha dedicado en los últimos años a registrar, desde el documental, la violencia que se vive en México dando voz a las víctimas, pero también a quienes son parte de ese mundo criminal vinculado al narcotráfico, sicarios e integrantes de corporaciones policiacas. Se asume como una persona pesimista por definición, por lo cual no vislumbra mejoría alguna y se muestra preocupado por el futuro que acecha a los jóvenes. “Hemos construido una sociedad que ofrece poco futuro y eso es el semillero del sicariato, de los brazos armados del crimen organizado”, advierte.

También, considera que la violencia ligada al crimen organizado es de algún modo una consecuencia del capitalismo rapaz y depredador, de la sociedad de consumo que exacerbó la violencia en México, aunado al debilitamiento del Estado y su claudicación frente al mundo criminal.

Egresado de la carrera de Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana y del Centro de Capacitación Cinematográfica, Everardo González (1971) considera que el trabajo del documentalista es dar un retrato fiel de la realidad, con el mayor rigor posible, apelando al testimonio de las personas. Afirma que ante la descomposición social y la violencia criminal que se vive en México, es inevitable abordar estos temas desde el trabajo documental.

Con una trayectoria de dos más de dos décadas de trabajo creativo, en su primer largometraje, La canción del pulque (2003) retrató la vida cotidiana en una pulquería a través de las canciones e interrelaciones que se tejen en ese espacio; después realizó otros trabajos entre ellos Los ladrones viejos (2007), a partir de los testimonios de una generación de delincuentes con sus viejos códigos de conducta frente al delito. Sus preocupaciones lo condujeron también a la realización del documental Cielo abierto (2010) sobre el asesinato en 1980 del arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, en plena guerra civil y el ascenso del movimiento revolucionario; más recientemente realizó el documental El paso, sobre la situación de violencia que se vive en el ejercicio del trabajo periodístico y el desplazamiento forzoso de periodistas de a pie. Su largometraje La libertad del diablo (2017) en el que narra la violencia atroz que se vive en México, recibió múltiples reconocimientos en festivales de cine, entre ellos el premio Amnistía Internacional en el Festival Internacional de Cine de Berlín.

Su más reciente documental, Una jauría llamada Ernesto —presentado este jueves en el Auditorio Rafael Nieto de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí—, es una radiografía implacable de la incorporación de jóvenes y adolescentes al crimen organizado y al sicariato. Una denuncia sobre el tráfico de armas y su presencia en la vida cotidiana que posibilita el hecho delictivo, en un contexto sin fin de violencia y anomia social en el que las corporaciones policiacas, estatales y federales, son parte esencial del problema. El documental podrá verse a partir del 10 de noviembre en la plataforma Vix.

En entrevista con Astrolabio Diario Digital, el cineasta Everardo González habla de su trabajo como documentalista, del futuro sin esperanza que acecha los jóvenes, del desmantelamiento del Estado y del compromiso del documentalista con la realidad y con su obra, más que con la verdad.

Astrolabio: ¿Cuál fue tu objetivo principal con tu trabajo más reciente, Una jauría llamada Ernesto, que presentaste este jueves aquí en San Luis Potosí?

Everardo González: Tanto como un objetivo no hay, el objetivo es hacer una película, yo soy cineasta entonces mi objetivo en la vida en general es hacer películas. Ahora ¿qué quiero que discuta la película? hay cosas que me gustarían, pero va a depender de cada quien que la vea: me gustaría que entendiéramos que parte del problema del acceso a las armas y el ejercicio de violencia tiene que ver con el poco poder que le hemos dado a los jóvenes, de cómo los hemos revictimizado y, por otro lado, cómo hemos construido una sociedad que ofrece poco futuro y eso es el semillero del sicariato, de los brazos armados del crimen organizado. Quisiera que por lo menos eso se discutiera para que dejáramos de estigmatizar a los jóvenes, que nos diéramos cuenta que son lo que son también por lo que nosotros estamos dejando. Eso me parece que es el resultado importante.

A: ¿Es una sociedad que no ofrece expectativas a los jóvenes?

EG: Depende quién seas y a qué círculo pertenezcas, pero yo veo muy difícil porque incluso yo no tengo mucho futuro tampoco, tengo que ir construyéndolo con mucho temor, soy de una generación sin pensiones y sin seguridad social, muy precarizada. Si yo tengo eso, pues un muchacho que hoy tiene 14 o 15 años no tiene nada, no tiene una proyección a futuro, no se lo quieren ni imaginar. Yo sé que ser joven es también reducir la idea del futuro, pero también lo cierto es que en algún momento lo que quieren es tener, porque rompimos un montón esa diferencia entre el ser y el tener.

A: ¿Cómo eliges los temas que abordas en tu trabajo documental? Tu primer trabajo La canción del pulque (2003), aborda la vida cotidiana en una pulquería; después hiciste un trabajo sobre el arzobispo de El Salvador, Óscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980; o el documental El paso, que aborda la situación de violencia en el ejercicio del trabajo periodístico; y más recientemente La libertad del diablo, en el que narras la violencia que se vive en México a partir de los testimonios de víctimas e integrantes del mundo criminal ¿Cómo seleccionas las temáticas?

EG: Pienso que va a depender mucho de lo que estoy viviendo en ese momento.En el caso de esta película, Una jauría llamada Ernesto, pues también va muy de la mano con mi paternidad, con la noción y conciencia de ser padre de un adolescente. Yo quiero hablarle a su generación de alguna u otra manera, como eco de lo que quiero decirle a él y a la gente que lo rodea. Otras películas corresponden también a momentos distintos de lo que estoy viviendo y lo que estoy viendo. Mi voluntad no necesariamente ha sido la de contar la parte criminal de México, pero es tal la magnitud de la parte criminal mexicana que es casi inevitable tocar esos temas cuando te dedicas al documental; hay otros que son circunstancias, hay una película (Yermo, 2020)que se hace porque yo tengo oportunidad de viajar por 10 desiertos del mundo haciendo otra cosa y bueno, eso después se vuelve una película. Creo que las que tienen como más impulso tienen conexiones muy emocionales que yo tengo con la realidad.

A: En alguna entrevista comentabas que te interesan “los personajes subversivos, aquella gente que navega en el filo de lo moral”, como puede ser el caso de las historias que recoges en Ladrones viejos o en La libertad del diablo ¿de dónde surge tu fascinación por esos personajes?

EG: Creo que me entiendo mejor con ellos, como en una lógica de convivencia, de sentido común, me siento mejor. Recuerdo mucho en la pulquería La pirata —cuando hacía el documental La canción del pulque— había algo que me impactó y me gustaba mucho: yo veía hacer el desmán más estrambótico una tarde previa y el día que llegaba yo nadie hablaba del asunto, se cruzaban tantas líneas de lo moral que no había juicios preestablecidos entre pares y había espacios de libertad. Creo que algo que está atentando mucho contra la sociedad es que se han acotado los espacios de libertad por el miedo permanente a ser juzgado por el otro. Las personas que con conciencia lo cruzan a mí me parecen muy interesantes. Hay algo que me fascina de esa gente quede manera voluntaria decide cruzar eso, porque rompe efectivamente con lo que se nos dice que debemos ser. Es nuestro lado más oscuro.

A: Estudiaste Comunicación, en la Universidad Autónoma Metropolitana, y después cursaste la carrera de cine en el Centro de Capacitación Cinematográfica, ¿qué relación consideras que existe entre el periodismo y el trabajo del documentalista?

AG: Mucha, la metodología o algunos guiños de acercamiento a la realidad, lo único que tienen son razones de ser distintas: en el periodismo su razón de ser es informar; en el cine no necesariamente, el cine documental quizá se acerca más a la emoción, quizá tiene que emocionar más que informar, pero comparten mucha metodología.

A: ¿En tu trabajo como documentalista qué tan importante es el proceso de investigación y cómo se da este proceso en tu caso?

AG: Es fundamental, creo que eso es lo que ayuda a descubrir en dónde están las historias. Yo trabajo el proceso de investigación no para volverme un especialista en los temas sino para poder encontrar en dónde están las potenciales dramaturgias de la realidad, porque no existe el drama en la realidad, es algo que uno construye y el proceso de investigación me permite encontrar en dónde están las posibles historias que sí merecen la pena que alguna se convierta en película. Luego, a la larga, uno va entendiendo como investigador social lo que está investigando, pero de primera iniciativa lo que busco es si hay posibilidades de construcción de personajes, si hay construcción posible de trama, si se está retratando un escenario complejo o no. Todo eso va determinando si voy a brincar o no a hacer una película.

A: ¿Es un trabajo individual o tienes un equipo que te apoya?

EG: Tengo un equipo que me apoya, en general el cine es muy colectivo, he trabajado con varias personas, también depende el tipo de proyecto en el que voy a entrar. Al principio no tenía capacidad para trabajar la investigación con un equipo, pero bueno, ya me hice viejo y también más capaz para gestionar los recursos.

A: El periodista Riszard Kapuscinski hablaba de la importancia de los otros en el trabajo periodístico pues son quienes nos dan “sus opiniones e interpretan el mundo que intentamos comprender y describir”, y señalaba que sin la relación con los otros, con los seres humanos que nos confían sus historias, no habría periodismo posible ¿en tu caso, cuál es la importancia que confieres a los otros en tu trabajo y cómo te acercas a ellos?

EG: Es toda la importancia. No sabía que Kapuscinski lo había dicho, yo comparto toda esa visión y lo he dicho muchas veces. El documental es un ejercicio interesante de poder, de intercambio de poder: hay una primera instancia que es escuchar al otro y todo el poder está delegado en el otro porque es lo único que importa, sin ese otro no hay historia y sin historia no tengo yo nada que hacer. Entonces, lo más relevante en el momento del rodaje es el otro y después el poder cambia, pues soy yo quien decide cómo se cuenta ese otro (en el montaje). Lo que procuro, como sé que en algún momento ese poder va a tener un intercambio, es delegarle el momento de poder al otro cuando le toca y delegárselo completo, con respeto.

A: ¿Y cómo te acercas a los otros?

EG: Con respeto obviamente. Lo importante es que sientan que están en un espacio seguro, en un entorno seguro, libre de juicios, que van a ser escuchados. Yo creo que eso es lo importante, lo que dice Kapuscinski, que se sepan escuchados.

A: ¿Aunque se trate de personas que trasgreden la norma?

EG: Sobre todo las personas que transgreden, que ha sido permanentemente cuestionadas. Cuando cualquier ser humano se siente cuestionado pone una barrera, un muro, y no hay posibilidad de conexión emocional. Cuando uno libera ese muro y trata de escuchar aquel que es transgresor, el otro tiene mucho que decir.

A: En alguna entrevista comentabas que el documental “es el registro audiovisual de la realidad articulando un discurso” y señalabas que como documental no necesariamente debe ser útil ¿cómo concibes el trabajo del documentalista y cuál sería su compromiso, si lo hay?

EG: Pienso que el compromiso que debe tener es con la realidad, no con la verdad sino con la realidad, con la interpretación de la realidad. Creo que no debería tener más compromisos que con eso. Cuando me refiero a que es con la realidad es porque también se establece un pacto entre el espectador del documental y la obra, se le otorga demasiada carga de verdad al documental que es imposible. Como esa carga se le está depositando uno debe tener compromiso con la realidad que retrata y después con la obra, es decir: primero un compromiso con la realidad y después el compromiso con la obra que está haciendo.  Más compromisos estorban porque se vuelve militante, dogmático y demagógico.

A: ¿Esa parte no te interesa?

EG: No, porque creo que eso entorpece el proceso creativo. Para mí, el fin es la película, aunque hay para quienes la película es un medio para llegar a otro fin, como en el caso de la propaganda, por ejemplo. Yo no creo en ese cine pue es tan rica en la cinematografía, el cine es tan rico, que la película en sí misma debe ser un fin poderoso.

A: Recientemente también comentaste que en México se perdió una generación de jóvenes por la violencia, ¿en tu experiencia es la misma violencia ahora que la que teníamos hace casi 20 años cuando Felipe Calderón declaró la guerra contra el narco? ¿o qué es lo que ha cambiado?

EG:  La sociedad de consumo, yo pienso que eso es lo que ha cambiado: la sociedad de consumo, el pacto social cambió, el Estado se volvió más ausente, pero sobre todo entramos a una espiral de consumo voraz que ha hecho de este país una sociedad opresora también para quien no tiene ese acceso al consumo. Creo que eso es algo que se rompió de manera muy fuerte y eso es lo que debería hilvanarse, pero no desde la confrontación porque la confrontación también genera violencia y provoca violencia. Necesitamos más constructores de paz que empiecen a trabajar de nuevo y hacer entender que entre el ser y el tener hay una diferencia gigantesca y casi siempre merece más la pena optar por la primera.

A: ¿La violencia sigue siendo la misma?

EG: Yo creo que no, se ha exacerbado, esa sociedad de consumo es la que exacerbó la violencia y claro, la ausencia del Estado sin duda, pero definitivamente gran parte de eso tiene que ver con las sociedades de consumo porque en el consumo también están las drogas, el tráfico de personas. Esa la razón de ser del crimen organizado: sin sociedades de consumo no hay que crimen organizado. La sociedad de consumo es la que provoca el crimen organizado y necesita del ejercicio de la violencia para tomar los territorios.

A: ¿Al final es una consecuencia del capitalismo?

EG: Yo pienso que sí, y aunque yo me formé en una escuela marxista no me gusta mucho el marxismo, pero definitivamente que sí, creo que es una consecuencia del capitalismo. No sé cuál habría sido la otra consecuencia, porque esa siempre es utópica, pero definitivamente sí tiene que ver con el capitalismo opresor y voraz.

A: ¿Cuál ha sido para ti el principal desafío al registrar temas de violencia como los que expones en La libertad del diablo o en Una jauría llamada Ernesto?, ¿en algún momento, has sentido amenazada a tu integridad?

EG: Sí, muchas veces claro, en cada proyecto, pero yo creo que el mayor reto o lo que más me preocupa es intentar ser justo con lo que retrato. Se ha vuelto tan rentable, también por la sociedad de consumo, construir relatos a partir de la violencia que termina uno siendo poco justo con la realidad que se filma. Como decía, mi compromiso inicial es con la realidad, mi preocupación principal es tratar de ser justo con lo que estoy retratando, sean fenómenos, personas, escenarios, etcétera. Tratar de ser justo en lo que el otro está regalándome, no poner palabras que no dijo o tergiversar, hacer un retrato lo más cercano a lo que yo interpreto y no lo que se me dice que tengo que interpretar.  Esas son las cosas que dan o no justicia a lo que se está filmando.

A: Podrías contar alguna experiencia de esto que comentas, de cuando has sentido amenazada tu integridad.

EG: Muchas veces, por ejemplo, haciendo La libertad el diablo fui advertido que estaba siendo investigado por la Secretaría de la Defensa Nacional, ahí es cuando uno más se siente amenazado; aquí en Matehuala tuvimos que cancelar la filmación (de Una jauría llamada Ernesto); porque nos dimos cuenta que estábamos siendo vigilados por el crimen organizado y las fuerzas policiacas, la Policía Municipal; en El paso permanentemente trabajamos sabiendo que los personajes que relataban la película tenía cuentas pendientes en México o gente que quería que las cobraran, siempre hay un problema así.

A: Decías que se necesita de constructores de paz ¿visualizas alguna forma de salir esta espiral de violencia criminal que vivimos y sufrimos desde hace al menos dos décadas?

EG: Es muy complicado, yo veo que hay que empoderar a los jóvenes, hacerles sentir que pueden ser dueños del destino que elijan, educarlos, pero eso es con los jóvenes, el problema es que eso es muy utópico porquecada vez están más rotos los contratos sociales. Lo que tiene que cambiar es la construcción social y eso no es fácil ahora.  Si nos ponemos más estrictos tendría que haber cero tenencia de armas en privado, pero lo que pasa es que muchos incluso se arman por la ausencia del Estado. Por eso es tan complejo, porque un problema encuentra su justificación en la realidad y eso no le permite solución.

A: ¿Las medidas coercitivas con más presencia policiaca parecieran insuficientes?

EG: A mí no me gusta eso, pero se ha visto que en El Salvador jalaron…Si sé que la gente está en paz, ahora ¿qué pasa? que los regímenes totalitarios tienen menos disposición a la violencia porque hay más control de todo: Cuba, incluso Nicaragua que está en Centroamérica (vecino de Honduras y Guatemala) no tiene zonas de pandillas fuertes y eso se debe a los regímenes totalitarios. No hay sociedad perfecta definitivamente, ahí hay paz social pero no hay otras libertades, aquí hay otra libertad, pero lo que no hay es paz social. Encontrar el equilibrio es muy difícil, quien diga que sabe cómo es un demagogo.

A: En el documental Una jauría llamada Ernesto grabaste en San Luis, en la Carretera 57, ¿qué tipo de testimonios recogiste?

EG: Traficantes, pandillas en Nuevo León, pero sobre todo traficantes en esta región…hay una complicidad de cuerpos policiacos federales, municipales estatales, el Ejército. No hay manera de que esto (las armas) cruce el país sin el contubernio de las fuerzas federales, las fuerzas del Estado y eso es parte del problema porque eso sí se puede regular, el Estado sí se puede regular, la sociedad no necesariamente. Mientras aquí se siga negando el problema, mientras sigamos discutiendo si son 110 mil desaparecidos o 100 mil solamente pues hay un problema, 100 mil son muchísimos, es lo que hubo en dos años de guerra civil en El Salvador. La demagogia, para mí, es el cáncer de este país.

A: ¿Eres pesimista o tienes una visión optimista del futuro que viene y del cambio de gobierno?

EG: Soy realista. Por definición yo soy pesimista, es más progresista el pesimismo. No veo ningún tipo de modificación real, veo más discurso, más demagogia, pero sobre todo veo más riesgos y más desmantelamiento institucional del país.

A: ¿Sea quien sea que llegue al gobierno próximo?

EG: Sí, porque el Estado paralelo es el que gobierna, no gobierna el gobierno federal que tiene que gobernar con permiso del Estado paralelo que es el crimen organizado y las corporaciones, los poderes fácticos. Eso son los que gobiernan el país.

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