Historias paralelas: Cerebro vs Hígado

Octavio César Mendoza

A lo largo de una campaña electoral, los constructores de percepción/distorsión de la realidad se dedican a engañar al pueblo con propaganda, encuestas y mítines, con el objetivo de generar una sensación de hartazgo, desasosiego y desconfianza entre los posibles votantes que, al final, se traduce en abstencionismo. El fracaso de la democracia mexicana moderna radica en el hecho de que, a pesar del inmenso gasto en partidos políticos y organismos electorales, la mayoría de los ciudadanos no se sienten motivados para acudir a las urnas, y los que lo hacen se dividen entre el “voto duro” y el “voto de castigo” -también llamado “voto de resentimiento social”-, lo que produce un círculo vicioso: los ladrones de ayer serán los héroes de mañana, y los beneficiarios directos de esa falacia reiterada no serán los ciudadanos (ni siquiera ese mentado “voto duro” compuesto por fanáticos) sino los políticos. Por eso hoy le informaré cómo hacer que su voto sea útil a la sociedad.

Las campañas electorales en curso no han sido un mecanismo de contraste entre propuestas de trabajo y posiciones ideológicas o éticas de los candidatos, sino un concurso de diseño gráfico y maquillaje de mal gusto, una competencia calamitosa de “virtudes” confeccionadas en torno a la desnudez intelectual y moral de algunos aspirantes a un cargo de elección popular, un ring de lucha donde se vale de todo, y una colección de desagradables actos de despilfarro del dinero del pueblo; tal como lo son los bailes de los que fuimos testigos este fin de semana, los cuales reflejan el nivel de mediocridad de los partidos políticos que los promovieron. Para los “estrategas” que trabajan arduamente (ja, ja, ja) en cada equipo de campaña, lo importante no es el destino de una sociedad, sino el ejercicio del poder por el poder mismo; y si para eso hay que colocar al candidato en posición de payaso de circo, no importa: sólo es una botarga sin dignidad.

De qué tamaño es el hastío de la sociedad en torno a la democracia, que es preferible una campaña de tres meses que una de seis, y aun así resulta desgastante para los ciudadanos. Esa paradójica dicotomía del “sí roba, pero reparte” y “hay que elegir al menos peor” como método de elección, es una trampa generada por los propios partidos políticos para que el atribulado pueblo y sus sectores productivos inclinen la balanza en favor de su verdugo favorito de la forma más irresponsable: no yendo a votar por el simple y comodino desencanto. La misma partidocracia se ha encargado de promover el abstencionismo, precisamente para evitar ser botados y no votados por el pueblo al que tanto dicen amar. Cada partido tiene sus clientelas, y “operan” las elecciones de forma ilícita, clandestina, asistidos por la moral del mal necesario: sin despensas, sin dádivas, sin promesas, el abstencionismo sería mucho mayor. La elección idónea para ellos, sin embargo, sería aquella donde el ciudadano apartidista se quede en casa y sólo salgan a votar los suyos, sus fanáticos iracundos, para reducir las elecciones a una bonita kermesse o una entretenida batalla campal.

Por eso invito a los ciudadanos a prepararse para ir a votar en forma masiva como si esta fuera la última de las cosas por hacer antes de morir, y que se detenga en la intimidad de la mampara a meditar su voto para saber ¿qué le diría a ese candidato al que detesta, al que teme, al que idolatra, si, tras depositar su voto en la urna, este le dispara por la espalda? Si dudamos de la honestidad, de la integridad moral y de la capacidad de un candidato, no hay que votar por él, ni por error ni por “resentimiento social” o “castigo” a ciertos partidos políticos. Lo peor que se puede hacer es ejercer un derecho sagrado como lo es el voto de forma irresponsable, visceral. Y ciertamente: si votamos irresponsablemente por un ladrón sólo porque “es del pueblo” y “roba, pero reparte”, no dudemos que ese ladrón va a tomar de las arcas públicas todo lo que pueda. Y cuando digo todo, es todo, incluyendo lo que a usted y su familia le ha costado tanto trabajo alcanzar, como lo es un empleo, una beca en la universidad, un hospital con médicos y medicamentos, un auto o una casa.

Yo apelo a la dignidad de los potosinos para que ejerzan un voto razonado, un voto inteligente, un voto donde se demuestre que la democracia es útil. Esa dignidad es fuerte y contundente cuando la sociedad potosina sale a votar de forma masiva, y es una de las virtudes que podemos presumir a nivel nacional. Analicemos la boleta desde una perspectiva ética, y no desde un prejuicio racial, una chabacanería populachera o un sentimiento iracundo de porrista partidario: el PRIAN no es el Cruz Azul, ni el Verde son los Santos. Ojalá el pueblo potosino se toque la consciencia y el corazón antes de emitir su voto, porque ya hemos padecido demasiado los costos de una democracia mal entendida como para seguir cometiendo el mismo error, elección tras elección. Votar no puede ser un acto irracional de amor-odio. En ese sentido, debemos detenernos a pensar antes de salir a votar, respirar tres veces antes de cruzar la boleta, y hacerlo sin la intensión de que gane el favorito de las encuestas. Quien gane, deberá cumplir con la encomienda de trabajar por el bien común. Quien gane, debe unir al pueblo en torno a sus instituciones y dejar fuera a los partidos políticos.

A quienes demos empleo como nuestros gobernantes, hay que exigirles resultados como eso: como nuestros empleados. Nada de aplausos al político, nada de porras y muestras de admiración, nada de andar defendiendo lo indefendible en las redes sociales o en acaloradas discusiones de grupos de tres. Respete al político que Usted vota tal como se respeta a Usted mismo, pero no lo presuma porque eso es de muy mal gusto. Y si es mucha su decepción en torno al partidismo y sus eternos candidatos a todo lo que se mueva con dinero público, opte por algo por lo que no haya optado antes nuestra democrática sociedad tunera: un candidato independiente como Arturo Segoviano o una mujer gobernadora como Mónica Rangel; un presidente municipal del que ya sabe lo que puede esperar y al cual puede ir directamente a buscar a su oficina para que le muestre los estados financieros del Ayuntamiento de la Capital, como Xavier Nava, o una candidata de la que nadie dice nada, como María de los Ángeles Hermosillo, y a quien personalmente percibo como una mujer tan preparada como el propio alcalde con licencia.

Si usted está dudando entre votar a Octavio Pedroza o a Ricardo Gallardo, deténgase y pregúntese, mejor, quién de los dos sería peor gobernante. Haga a un lado esa extraña idea de quién hizo mejor campaña electoral o quién juntó más gente en su baile de graduación. Observe sus trayectorias con frialdad y ejerza la diferencia decisiva sin anestesia. Sólo entonces su voto resultará útil a la sociedad, si hoy piensa en el mentado “voto útil” como una acción tan desesperada como ir a empeñar las escrituras de la casa al Monte de Piedad, para remodelar la casa. Igual metódico ejercicio le curará de espantos cuando piense si las bravatas de Leonel Serrato lo convierten en un gobernante emocionalmente inestable, o si las rígidas credenciales policiales de Enrique Galindo lo encartan o lo descartan de ser un presidente municipal confiable para entregarle las llaves de su casa. Cuestiónese a sí mismo, a su propia ética, a su criterio y a su sentido común. Si vota en el tercer distrito local, vote por Jesús Rocha, de Movimiento Ciudadano, y saque al PRIAN del poder en esa región que se convertirá en una de las más productivas del país.

Que lo mueva la razón y no la pasión, ese es mi llamado para cuando salga a votar este seis de junio. Y se vale acarrear y comprar votos con una pizza en la sala de su casa después de haber ejercido el sagrado deber y derecho de ir a votar: lleve a su familia completa, a todos los que votan. También invite, coaccione o amenace a sus amigos y conocidos a que vayan a votar porque si no lo hacen se les puede aparecer el diablo del “te lo dije”. Que el voto masivo derrote al abstencionismo del “voto duro”. Que su recompensa sea una consciencia tranquila, y gobernantes honestos y eficientes; no una mugre despensa o la absurda sensación de que “ahora sí ganó el pueblo” para que, dentro de tres o seis años, regrese a votar nuevamente, pero ahora en contra del carismático líder que Usted mismo convirtió en su verdugo en su momento. Ya basta de votar con el hígado: votemos con el cerebro y, sí lo hacemos con el corazón, que sea por amor a San Luis Potosí y a nuestra familia.

PS 0.1.0: Una forma de invitar a votar es difundir esta invitación a votar que yo le hago. Haga patria chica: difunda esta columna de aquí al seis de junio. Y esto es a propósito porque ayer 31 de mayo fue mi cumpleaños, pero aún se reciben regalos. Y déjeme le cuento que el mejor de todos los obsequios que recibí por este round 47, a parte de la vida que Diosito y mis padres me dieron, fue haber compartido esta fecha con quienes amo, y recibir el cariño de quienes me aprecian, ya sea de forma personal o por mensajes y llamadas telefónicas. Para ellos y para los que no lo sabían y no me felicitaron: no se queden sin votar, e inviten a todas y a todos a votar. Ni un voto más al abstencionismo. ¡Feliz votación!

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