Historias Paralelas: Malos tiempos para la libertad

Octavio César Mendoza

El asesinato sistemático de periodistas, la persecución política de académicos e intelectuales, los ataques sesgados o abiertos contra las instituciones educativas de alto nivel, las críticas sin fundamento hacia los organismos autónomos como el INE, el recorte a programas de investigación científica, de educación y cultura, son eslabones de una cadena cuyo extremo es un grillete. Anular al que piensa, al que crea, al que revela la verdad, es someter a la sociedad. Esa falsa premisa de que vivimos en un paraíso de libertades se utiliza sólo como propaganda, un megáfono que es como un surtidor de mentiras ideológicas mientras en el mundo real siguen ocurriendo decenas de miles de actos abominables solapados desde adentro del poder.

¿A qué tipo de sociedad aspiran esos poderosos que buscan doblegar a aquellos cuyo único poder es la palabra que surge de la reflexión? Sin duda, a una sociedad mediocre del “¡Sálvese quien pueda!”, en la cual los valores y las virtudes se vuelven monedas de cambio, artificios discursivos, obstáculos o lastres en la carrera de quienes huyen de la amenaza del poderoso henchido de soberbia. Guardar silencio es la clave, se nos dice; consejo equivalente a un “¡Cállate!” tan ambiguo como el dedo índice que se coloca frente a los labios, mientras se tienen las manos atadas en el respaldo de una silla. Los que tienen recursos económicos, los que a la par de la templanza han sembrado la bonanza, se desplazan silenciosamente hacia otros territorios donde la libertad sigue siendo una práctica común e irrenunciable. Ellos también son refugiados, emigrantes, desplazados.

La guerra de baja intensidad contra los libre-pensadores comienza por la sospecha de que no están pensando nada bueno, y hay que sembrar intriga en lugar de trigo, hay que ensuciar la lengua: fulanito es tan ruin como nosotros, y no es tan buen poeta, no es tan buen académico, no es tan buen artista, no es tan buen periodista. Fulanito debe ser asesinado, encarcelado, desempleado, humillado, anulado. ¡Quemad sus Obras Completas! ¡Comprad todos los ejemplares de su pasquín! ¡Negadle el Derecho de Réplica! ¡Quitadle la Santa e Inquisitiva Encomienda! Así se consuma el asalto de la fortaleza intelectual por parte de un ejército de Torquemadas que, al final del día, no hallarán ningún botín. Acaso algunos cientos de libros que difícilmente se llevarán a casa como trofeos, pues les resultan obscenamente ajenos. “¡Libros tontos!”, dice el grupo musical Bronco en su interior.

A nadie he visto tan opaco y gris como a un ignorante rodeado por la sabiduría; es como un niño llevado a la fuerza a ponerse una vacuna contra la intolerancia, contra el odio hacia los libre-pensadores. Nadie me ha parecido más temeroso que aquel que teme al intelectual, al pensante, al que reflexiona y emite una opinión certera, o casi aproximada a la verdad; esa verdad que los falsarios temen que se sepa. Ponemos ojos tristes en la guerra de Rusia contra Ucrania, pero nos hemos vuelto incapaces de observar que aquí, donde habitamos, se ha desatado una etapa crucial de la guerra contra el humanismo, contra las ideas, lo cual es lo más profundo de la humanidad misma. Aquí, en este país de notables, cuna de grandes pensadores, intelectuales, escritores, poetas, músicos, periodistas, académicos y científicos, pensar y trabajar como tales es un peligro, un delito, una condena. Pero vale más la libertad que el sacrificio, aunque duela en carne propia, en el dilema entre salvar los Derechos o salvar el plato de lentejas, en la injusta posibilidad de no tener lo necesario para alimentar a los hijos, en la triste realidad de que la sociedad ha perdido la empatía con los Defensores de los Derechos Humanos, comenzando por el de la libre expresión.

A partir del arribo de las redes sociales, la opinión generalizada de la masa infalible movida por la voluntad del poder, es que ya no se necesitan expertos. Damas y caballeros: ser sabio ya no está de moda, y fue un placer pensar junto a ustedes. Basta un Twitter, un Facebook, un Instagram o un Blog para graduarse Summa Cum Laude en cualquier Honoris Causa del mercado. Hoy se pueden crear intelectuales instantáneos, bufones de caja de cereal, aduladores sin fondo, a la medida y al gusto de quien manda. ¿Para qué sirven tantos años de lectura concentrada, de estudios, de investigaciones, si con una simple opinión sin fundamento se puede cuestionar la legitimidad del pensamiento profundo, la integridad del pensante, la reputación del inteligente? ¿O es que acaso este mundo está en plena decadencia como para buscar acabar con los únicos que pueden salvarlo? No mires al cielo, que te puede caer un meteorito ardiente como la verdad. Desconfía de aquel que te dice que desconfíes de él mismo, pues acepta la posibilidad de estar equivocado; pero desconfía doblemente de quien insiste en tener la razón a pesar de sus evidentes faltas humanas, éticas e incluso estéticas y ortográficas. Y sí, corre hacia las colinas de la Ilustración Francesa, bebe de los manantiales de la literatura sapiencial, hazte amigo de los Poetas Malditos, estalla con los autores del Boom Latinoamericano, memoriza los Cantos de Ezra Pound, los poemas de largo aliento de Paz y Pellicer, de Huidobro y de Neruda. Sí: refúgiate en el búnker de Yourcenar, de Lispector, de Sor Juana, de Castellanos. Anda a pensar la Mística de San Juan de la Cruz, de Kavafis, de Pessoa, de Othón y López Velarde. Prende tu veladora interior para que la luz de la sabiduría te ilumine y te haga libre, a través del único método probado de transformación del espíritu: la lectura. Lee hasta que te des cuenta que de Berceo y de Erasmo, de Góngora y Quevedo nadie se muere. Quien carece de lectura corre el riesgo de escribir mal hasta su nombre de pila o el de su profesión; pero padece de algo peor: intolerancia ante el que piensa, incapacidad para comprender la labor esencial del intelectual, del artista; e incluso fobia ante la sutil enseñanza que deja el testimonio de su voz cuando la escucha o cuando la lee. Leer es la dolorosa agua bendita del poseso, y la refrescante agua curativa del liberado.

A mis amigos periodistas, a mis compañeros escritores, a mis admirados académicos, filósofos, científicos, intelectuales e investigadores, les deseo que pronto amanezca, que la noche oscura provocada por la capa del villano pase pronto, y que en efecto sigan sin temer, sin lamentar el destino ya escrito y esperando con emoción el destino por escribir, porque la vida se disfruta más mientras se baila la gozosa danza del pensar.

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