Krysia González, el arte de detener el tiempo presente

Texto y fotografías de Mariana de Pablos

Flujo, movimiento, aire y agua: un hábitat vivo. El tiempo y el espacio son retratados por la mano de Krysia González bajo un aura permanente de melancolía y desolación. Su alegre y apasionada danza con el lienzo contrasta significativamente con la representación fúnebre, gris y tormentosa que hace de los paisajes que son dignos de ser contemplados por sus sentidos. La obra de Krysia es, ante todo, el retrato de un diálogo íntimo y personal con la inmensidad de la naturaleza en su eterna y muchas veces violenta relación con la humanidad.

En su trabajo confluyen principalmente dos escenarios opuestos y distantes entre sí: el océano y la urbe. Desde las calles del periférico de la Ciudad de México, el Palacio de Bellas Artes y la plaza Garibaldi, así como furiosas tempestades en el mar y enormes barcos enfrentándose a la adversidad, las pinturas de Krysia permanecen envueltas en un clima fantasmagórico que evoca en el espectador una serie de emociones y experiencias de la más amplia variedad.

Parte de esta obra elaborada por más de una década se muestra ahora en San Luis Potosí a través de la exposición “Estados monocromáticos”, en el museo de sitio del Centro de las Artes. La exhibición, inaugurada por la propia artista el pasado viernes 26 de enero, “también alude estados emocionales, no solo se llama así por la paleta reducida”.

Presente, de la serie: Pasaje Intangible

En esta exposición, además de estas dos estructuras de trabajo —las marinas y la urbe—, Krysia explicó en entrevista para Astrolabio Diario Digital que también es posible admirar algunos de sus apuntes in situ de 10cm x 10cm “que es simplemente sentarme a contemplar y plasmar en veinte minutos lo que estoy viendo, como haciendo un ejercicio de sentir el presente”.

Es en este último punto donde reside una clave importante de su trabajo, pues es de esta comunicación constante entre el ver y el permitirse sentir lo observado que resulta una pieza de arte cargada de emociones, mensaje y simbolismos a veces furtivos, a veces a plena vista. Se trata de un talento que le viene natural, pero también de un trabajo meticulosamente desarrollado por una década.

Krysia se inició en el arte y específicamente en el paisajismo cuando ingresó a la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Lugar donde tomó un taller de paisajismo y trabajó junto al maestro Luis Nishizawa.

“Esos fueron los primeros acercamientos muy casuales y poco a poco se ha convertido en un género en la pintura que me ha robado y me ha hecho inspirarme a lo largo de este tiempo”.

Arriba, de derecha a izquierda: The Tempest I y The Tempest III de la serie Tierra Prometida
Abajo, de derecha a izquierda: The Tempest VI y The Tempest II de la serie Tierra Prometida

De ese punto en adelante inició su carrera artística: entre muchos otros méritos fue residente en el Centro de Residencias e Investigación Artística en Ensenada, Baja California, en dos ocasiones. Realizó una estancia en el máster de Producción Artística de la Facultad de Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid (2015-2016). Ha sido beneficiaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en el programa nacional de México Jóvenes Creadores (2017). Obtuvo mención honorífica en la primera bienal de pintura Luis Nishisawa y ha sido seleccionada en siete bienales nacionales e internacionales. Actualmente es docente de ESCENA (de 2017 a la fecha); y culmina sus estudios de doctorado en Artes y Diseño en la UNAM.

El tema del agua es un recurso tanto lírico y metafórico como técnico y característico de su obra.

“Uso poca pintura, porque trabajo mucho con agua. Me interesa economizar los recursos en un sentido pictórico: con poca materia podemos generar grandes cosas”.

A diferencia de muchos artistas, Krysia no le teme al lienzo en blanco. Su forma de trabajar es completamente libre y autónoma, fluye como el elemento del agua.

“Me gusta arrojarme a mi pintura y fluir, ver qué pasa. No me gusta limitarme a decir ‘tiene que quedar de este modo’. Me gusta el accidente, experimentar, jugar con los materiales, ver qué cosa va a quedar si le echas cloro, arena; que los materiales hablen”.

En sus trazos libres y etéreos es posible percibir el trabajo de interpretación que Krysia hace de los paisajes visitados en sueños y en vigilia. Ambos mundos se imbrican constantemente entre sí y desembocan en una representación poética de la realidad, en donde las emociones configuradas en blanco y negro saltan a la vista y adquieren fuerza, sonido y movimiento: el encallamiento de un gran barco, el romper de las heladas olas, el zumbido eterno de las urbes, el eco del movimiento, el crujir de una ciudad hundiéndose sobre sus propios cimientos.

Para Krysia somos solo un punto en la inmensidad de la naturaleza. Somos presencia, finitud e insignificancia, pero sobre todo, existencia: espectadores de todo lo que sucede a nuestro alrededor. Habitar un espacio, hacerlo consciente, escuchar lo que tiene que decir y dialogar con él a través de nuestro sentir es lo que Krysia González busca trasmitir a través de su pincel y su paleta monocromática.

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