José de Jesús Ortiz
En una época marcada por la inmediatez, lo efímero y la lógica de mercado que estandariza el gusto y el consumo, resulta revitalizante conocer propuestas creativas que navegan a contracorriente y apelan a construir proyectos culturales desde la reflexión y la crítica. Es el caso de la compañía teatral El Rinoceronte Enamorado, que el pasado fin de semana concluyó las presentaciones de la obra La fragilidad de los justos, de Eurídice Coronado Lucio.
Las atrocidades de la guerra de exterminio en Palestina, el terror del fundamentalismo religioso y la deshumanización de la modernidad capitalista en la vieja Europa frente al drama de la migración, son el eje de la obra que obtuvo en 2018 el premio único de dramaturgia en el X Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz, convocado por el Gobierno del Estado de México.
“La obra sucede en una playa cerca de Bodrum, en la costa suroeste de Turquía. También en lo más profundo del bosque de Sambisa, en Nigeria. Y en un país inexistente llamado Palestina”, plantea Eurídice en su propuesta.
Se trata de un retrato coral estructurado a tres voces —Asabe, Abdel y Abdullah— que recupera y denuncia distintas tragedias humanitarias contemporáneas: el secuestro de 276 niñas en Nigeria en 2014 por parte del grupo terrorista Boko Haram, expresión del extremismo islamista; la huida de una familia de migrantes sirios que culmina con la muerte del niño Alan Kurdi en una playa turca, que se convirtió en símbolo de la indiferencia de los gobiernos occidentales ante la crisis de la migración; así como la violencia perpetua en Gaza y el asesinato de palestinos a mitad de la década pasada, que continúa al día de hoy.
La obra de Eurídice surgió en ese contexto, particularmente a partir de la imagen terrible de Alan, retrato violento de una época. Su cuerpo sin vida apareció en una playa de Turquía, tras naufragar la precaria embarcación en que viajaba con sus padres quienes intentaba cruzar el Mediterráneo para huir de la guerra. En las tres historias que se cruzan, hay desde luego una postura muy clara en la que se sitúa la autora: de denuncia a las atrocidades de la guerra, al fundamentalismo y la defensa de quienes son víctimas de esa violencia.
Realizada con el auspicio del Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales de la Secretaría de Cultura federal, es una coproducción del Rinoceronte con la Fundación Música para la Vida, una iniciativa social dedicada a impulsar el desarrollo artístico, cultural y educativo de niños y jóvenes mediante su formación en música orquestal.
Destaca la participación de niños y adolescentes, músicos todos ellos, integrantes de dicha Fundación, que además de actuar ejecutan diversos instrumentos construyendo una atmósfera inquietante. También, sobresale el trabajo de Darío Parga, quien interpreta a Abdullah —el padre del niño Alan—, al igual que la dirección musical de Armando Corado.
Articulada en tres movimientos o bloques, sin apegarse a una estructura lineal de acuerdo al texto original, la dramaturgia y espléndida dirección general estuvieron a cargo de Jesús Coronado, fundador de El Rinoceronte Enamorado, una compañía de teatro independiente que este año arribó a su tercera década de trabajo de forma ininterrumpida. Por su solvencia artística y consistencia durante décadas, sin duda se trata de la agrupación teatral más importante en San Luis Potosí.
La puesta en escena comienza con un monólogo de Asabe, una de las niñas de secundaria secuestradas por Boko Haram en la ciudad de Chibok, víctimas de explotación sexual, esclavitud y todo tipo de atrocidades. “Es inútil pedir ayuda. Las bestias toman entre sus garras con sangre a todo aquel que pide auxilio, degüellan con machetes tanto a mujeres, hombres y niños por igual”, dice en una parte de la obra.
Después, se centra en la tragedia humanitaria que se vive en Palestina y aparece Abdel, un adolescente de Gaza con la playera del Barcelona que sueña con jugar futbol en un contexto de violencia sistemática. Sueña que conoce a Messi y le pide que cuente a todo el mundo que los palestinos no son terroristas, sino “un pueblo encarcelado, sitiado, bombardeado, cada casa acorralada…la catástrofe es permanente. No se puede construir un país a costa del exterminio de otro”, denuncia. Cierra con la historia del niño sirio Alan Kurdi, de tres años, quien falleció junto con su madre y otro hermano pequeño en el intento de su familia por escapar de la guerra y llegar en una embarcación a la isla griega de Kos, en el Egeo.

“Un caleidoscopio que presenta figuras desenvolviéndose en la lejanía de una geografía llena de datos cartesianos. Es Tierra Santa, Judea, el Viejo Mundo con los actos humanos primigenios: salvar a los hijos, sobrevivir, sobrevivir siendo mujer…Ellos podrían ser como cualquier ciudadano y anhelar un país libre de odio, podrían ser como Aníbal, de Ocosingo; Alma, de Chilapa, y Alejandro, de Camargo”, escribe Jesús Coronado en la presentación de la obra.
La fragilidad a la que alude es la de los excluidos, los sin voz y sin derechos de ninguna índole, simples “desechos” para la lógica de dominación. Todo ello en un contexto marcado por la guerra y la indiferencia. Su fragilidad no es moral o ética, sino material y política: cuerpos violentados, vidas sin sueño alguno.
Fue el escritor italiano antifascista Primo Levi, sobreviviente de los campos de concentración del nazismo, quien advirtió que la barbarie “ha sucedido y, por consiguiente, puede volver a suceder: esto es la esencia de lo que tenemos que decir”. De algún modo, es eso lo que nos recuerda La fragilidad de los justos: el deber de la memoria y recordar un pasado que no se ha ido.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Fue reportero fundador de los periódicos El Ciudadano Potosino y La Jornada San Luis. Es autor del libro La batalla por Cerro de San Pedro, sobre la lucha social contra la Minera San Xavier. Correo: eltiempocontado@gmail.com






