La inocencia de Galindo

Óscar G. Chávez

Hay circunstancias que resultan curiosas en el contexto de una institución o un personaje y dentro de la permanente dicotomía de lo lógico o lo ilógico, estos acaben colocándose dentro de esta última categoría. Nadie habría pensado, por ejemplo, que Fidel Velázquez hubiera salido a quejarse porque una inconformidad de sindicatos lo depuso de su mandato al frente de la CTM o que Andrés Manuel pidiera licencia quejumbrosamente ante la presión de la llamada Alianza federalista. Nadie con dos dedos de frente imaginaría que lo hubieran logrado, pero de haberse llegado a concretar cualquiera de las dos, hubieran quedado insertas dentro de lo ilógico.

De ahí que se convirtiera en algo risible y casi en comidilla de la semana (sólo opacada por el amparo promovido contra las obras en el barrio de San Miguelito) la chamaqueada que la dirigente priísta Sara Rocha diera al alcalde Enrique Galindo el pasado sábado durante la elección del secretario técnico de ese partido; posición que a decir del alcalde correspondía (por haberla negociado) a uno de sus allegados.

Antes de continuar con la lectura creo que es necesaria una pausa para preguntarse por qué en un partido que amenaza con extinguirse ante la muy notoria falta de liderazgos, de perfiles para cargos de elección popular, de deserciones y que se halla aquejado por una profunda anemia moral, se efectúan este tipo de maniobras que pareciera no tienen otro fin que la autodestrucción. Cierto es que en política no hay muertos, sino cadáveres que resucitan sin importar su grado de putrefacción, pero esto no aplica a los partidos; una resurrección resulta tan incosteable como pretender poner de nuevo en funcionamiento el avión de un kamikaze, sin embrago, mientras se determina qué hacer con aquello, se puede poner en venta todo lo vendible. Saquear todo lo saqueable mientras llega el fin.

Regresemos al punto. Primero, Enrique Galindo no tiene cara para invocar la falta de democracia dentro de ese proceso en la medida que ya estaba negociada y acordada (en lo obscurito) según él, la posición para uno de sus incondicionales. Señala pues la ausencia por no haber vistos favorecidos sus intereses, de otra manera con todo y el dedazo, no habría formulado denuncia alguna.

Con todo y que sea el priísta de mayor peso en el estado, no necesariamente es el más brillante, ni tampoco el más importante o indispensable. Incluso muy posiblemente sea un mensaje que pretenda hacerle ver que es desechable, ya que no puede explicarse de otra forma, con todo y lo trinquetera que es, el actuar de Sara Rocha. No es que no sea capaz, pero el poder no le da para tanto (de otra manera no hubiera recurrido a Rojo Zavaleta); si alguien estuvo detrás de este golpe a Galindo (o puñalada trapera según se quiera ver), fue el propio Alito Moreno. Al buen entendedor pocas palabras.

Finalmente, Enrique Galindo olvida una de las cualidades más apreciadas de los viejos prisitas: disciplinarse y aguantar vara sin chistar, porque a fin de cuentas es parte de una estructura que lo ha beneficiado y que en este momento decide sacrificarlo en un auto de fe (virtud que seguro ya perdió). Cuando de ordinario se nada entre la podredumbre lo más conveniente es  quedarse callado, porque el abrir la boca implica infectarse, si no es que hasta ahogarse.

Tampoco es que Sara hubiera sido demasiado lista, hasta ahora todas sus maniobras han sido demasiado burdas (tanto que pueden revertírsele y hasta hacerle perder la diputación plurinominal que seguro ya se asignó), ni que Galindo fuera demasiado inocente (es lo que menos tiene), más bien, por andarle jugando al estadista conciliador le faltó margen de operación. Gallardo baila feliz.

A estas alturas de la película seguro Galindo ya cayó en cuenta que le hubiera sido más redituable sentarse, platicar  y fotografiarse con Alito que con Marko Cortés. A propósito de panistas, Dios castiga sin palo ni cuarta, de tal suerte que esto no es otra cosa que un abono del trato que Galindo le dio a los panistas al momento de integrar su gabinete y en lo que va de su administración. Tantos años de policía y no saber utilizar escudo y macana.

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.

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