Noche de Leonora

Texto y fotografías de Mariana de Pablos

El arte está vivo y existe junto a todos nosotros. Palpita, respira y se mueve. Lejos de permanecer tieso y solidificado en el tiempo estático de las aulas y los museos, persiste latente en el aire que respiramos. La certeza de estas afirmaciones fue acrisolada durante la noche del pasado viernes 24, cuando Leonora Carrington resucitó en la forma de inspiración de nuevos artistas quienes le rindieron homenaje. A través de ellos fue que Leonora bailó y caminó ante las miradas expectantes de quienes atestiguaron y sintieron, en lo más profundo de su ser, este maravilloso suceso.

Tras bambalinas la noche era tranquila. La atracción de los allegados por un poco más de Leonora y la curiosidad de los apenas exploradores de su obra había reunido en las puertas del Centro de las Artes a un generoso y diverso grupo de personas. La fila para ingresar era larga y lenta a las siete de la tarde. El frío empujado por el viento se colaba entre los zapatos y terminaba por entumecer nariz, dedos y oídos.

“¿A quién vinimos a ver?”, preguntaba con la mirada hacia arriba un niño a su madre, “a Leonora”, contestó la mujer. Así era, todos estábamos ahí por Leonora y ella, desde el más allá, nadando entre criaturas fantásticas y seres míticos, lo sabía. Había escuchado su nombre repetirse una y otra vez, concentrándose en un mismo lugar. Así que con curiosidad salió a explorar qué era lo que pasaba allá arriba, entre los vivos.

En el centro de la explanada, flotando sobre la amplia fuente como si de aguas profundas se tratara, recibía a los invitados La barca de las grullas. Imponente y decidida, petrificada, pero aún en movimiento, la reconocida escultura hizo de sí la protagonista por unos momentos, solo antes de que se diera la bienvenida a los bailarines de la compañía XHcontemporáneo.com y salieran, por entre las sombras de uno de los cuatro accesos a los patios del museo, ligeros, casi flotando, un grupo de jóvenes vestidos de negro.

Con la música marcando el ritmo y dotando aún más de sentido cada uno de los movimientos, se abrieron paso entre la multitud que poco a poco fue dilatándose hasta rodear el ahora escenario. El negro de los leotardos contrastaba con las pieles pálidas a la luz de los reflectores que sin ningún obstáculo se movían libremente: agiles, flexibles, en una danza simbólica, evocadora. En las expresiones de sus rostros y el aire que cortaban con sus extremidades en un juego de ritmos sincrónicos se contaba la historia de una vida de exploración constante de los mundos internos y los sueños: la vida de Leonora.

Una especie de ritual acompañado, pero nunca dirigido por una figura no humana, mágica, cargada nada más y nada menos que con la propia esencia de Leonora. Un ser místico de rostro níveo, alado y anguloso; con facciones delicadas y rasgos amontonados que en su conjunto daban un aspecto de profunda sabiduría y eterna complejidad. Envuelto en una túnica negra de varias capas, se movía a un ritmo particular, pero nunca desfasado. Brillante y etéreo, sin ser protagonista, se robaba la atención de todos y, junto a sus alargados dedos blancos, se volvía un elemento central de la danza.

La imagen en movimiento, en su totalidad, y como la propia artista, era surrealista. Una oda a su imaginación. Una experiencia inmersiva similar a estar flotando en una de sus pinturas, y que le fue merecedora de un absoluto silencio, no solo de respeto, sino de emoción, de profunda admiración. Todos los presentes de la noche estaban completamente embelesados sin poder apartar la vista, casi sin querer apenas parpadear. Un efecto similar al que sucede al contemplar una pintura de Leonora.

Su conclusión fue digna de un gran aplauso que despidió a los danzantes y dio inicio al segundo momento de la noche: la presentación de la instalación creada por Monserrath Brenes, beneficiaria del programa Jóvenes Creadores del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (SACPC), sobre “La maja del Tarot”. Se trató de un vestuario que tomó como fuente de inspiración esta reconocida obra que no solo retrata la imagen de María Félix en una atmósfera un tanto inquietante, sino además la lectura de cartas que Leonora Carrington le hizo a la actriz.

Partiendo del lugar central que ocupó la interpretación del Tarot en los estudios de Leonora sobre las ciencias ocultas y su inclinación hacia el empoderamiento femenino, fue que Monserrath Brenes se dio a la tarea de trasladar de la segunda a la tercera dimensión este sentir y pensar de Leonora a través de su interpretación de la obra. Hay dos formas de ver la instalación, explicó su autora, la primera es como un vestuario escénico que se puede accionar con un performance o una actriz; y la segunda, como un monumento de arte plástica.

Oscura, mística, evocadora de las brujas de todas las épocas y todos los tiempos: mujeres sabias, poseedoras de grandes conocimientos sobre sí mismas y el mundo, libres, superiores, ajenas a esta tierra colonizada. Así era la instalación de Monserrath, un presagio al futuro, dualidad mujer-carta, una lectura del porvenir en clave femenina delicadamente traspasada del óleo y el papel, a la profundidad del mundo físico.

Una apuesta completamente insólita, y sobre todo ambiciosa. En este caso la admiración tampoco se hizo esperar. Una amplia fila de jóvenes, principalmente mujeres, rodearon a la figura explorándola de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, de un lado a otro, pues desde se le observara había algún elemento que admirar. Momentos después, los admiradores centraron ahora su atención en la autora de la obra, a quien le solicitaron fotografías y regalaron amables palabras y comentarios de halago.

La noche concluyó con una exploración individual de los salones donde hoy se encuentra expuesta un poco de la obra de Leonora: algunas de sus esculturas, unos tantos dibujos inéditos y un poco más de sus pinturas. Y aunque de este momento en adelante cada uno de los presentes continuó por caminos separados, la presencia de Leonora nos mantuvo profundamente unidos por unos instantes. Todos la sentimos. El aire estaba cargado con su esencia y aunque poco a poco se disipaba, permanecía latente, vivo, constante.

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