Rinden homenaje a Salomón H. Rangel, a 100 años de su nacimiento

Por Victoriano Martínez

Este jueves, en el Teatro de la Paz, se conmemoró el primer centenario del natalicio de Don Salomón H. Rangel, quien fuera conocido como “La Voz que Clama en el Desierto”, como el mismo se autonombró, con una mesa de diálogo.

En el encuentro, denominado Libertad de Expresión y Compromiso Social: a cien años del natalicio de Salomón H. Rangel”, participaron como panelistas Tomas Calvillo, Patricio Rubio, Oscar Alejandro Martínez y Eduardo Martínez Benavente.

Tras la presentación de un reportaje biográfico sobre Don Salomón H. Rangel, los ponentes realizaron sendas reseñas sobre la trayectoria de quien fue precursor desde 1954, con el liderazgo del sinarquismo en la región, de la lucha cívica que en 1958 dio surgimiento al movimiento navista en contra del cacique Gonzalo N. Santos.

Martínez Benavente rescató algunos pasajes de las memorias de Don Salomón H. Rangel, quien en diciembre de 1954 se decidió a combatir al cacique Gonzalo N. Santos, de quien afirmó no era invencible y aunque se le tenía miedo, en realidad no era un personaje temible.

Autonombrado La Voz que Clama en el Desierto, Don Salomón H. Rangel siempre expresó sus inconformidades, y para ello se valía de desplegados en momentos en los que manifestarse representaba serios riesgos a la seguridad personal. Por ello, al conmemorar el centenario de su nacimiento, se le reconoció con un foro sobre libertad de expresión y compromiso social.

Marisol Rangel, hija del líder sinarquista, agradeció a El Colegio de San Luis la organización del homenaje a quien consideró un líder de esos que ya no hay y que tanta falta hacen en la actualidad.

Esta es la intervención de Eduardo Martínez Benavente durante el homenaje:

Estoy convencido que Don Salomón H, Rangel es uno de los pioneros que hizo valer la libertad de expresión y asociación en la entidad Potosina, fue un nombre valiente y oportuno, un autodidacta, como el mismo lo reconoce en sus memorias publicadas en 1989 en las que nos revela que no alcanzó a terminar la primaria, pero que supo calar con gran esfuerzo a una posición social y económica alta no obstante su origen humilde y campesino. Ejerció como pocos ciudadanos su derecho constitucional para manifestarse y censurar abiertamente a los gobernantes en una época violenta y caciquil, en la que estas manifestaciones conllevaban un enorme riesgo, pues no había derechos humanos ni organizaciones civiles ni prensa libre e independiente que lo defendieran.

Sus acciones eran temerarias, ya que enfrentarse contra el terrateniente Gonzalo N. Santos ponía en peligro su integridad personal y su patrimonio. El Alazán Tostado, como también lo llamaba Don Salomón, no tenía límites y se distinguía por ser un dictador de horca y cuchillo. Fue aquel que moldeó aquella amenaza tan temida de los tres yerros: encierro, destierro o entierro.

A cien años de su natalicio, es justo y necesario recordarlo y reconocer su compromiso con la sociedad.

Sus denuncias como escritor crítico y activista político deben de servir de ejemplo a las nuevas generaciones. Don Salomón combatió las injusticias y la corrupción. Fue como San Juan Bautista, La Voz que Clama en el Desierto. Fue un líder nato que despertó el espíritu cívico de los potosinos adormilados y temerosos, y fue también un valioso precursor del Movimiento Navista y de la insurgencia cívica en contra del cacique.

Nos narra en autobiografia que “cuando ya tuve en mis manos la dirección regional del sinarquismo, en el estado, como ya lo mencione en páginas anteriores, tomé la revancha y la firme decisión de no descansar hasta no ver la derrota política de Gonzalo N. Santos, a quien en ningún momento considere “invencible’, pero sí muy ‘zorro”, muy audaz, muy calculador, tanto, que había logrado hacerse temer por todos, especialmente los ricos” que casi siempre y con muy raras excepciones, han demostrado más amor al dinero que a su dignidad. Y Dios, en quien he confiado siempre, me concedió presenciar su derrota, cuatro años después de haber iniciado mi lucha en su contra, emprendida en diciembre de 1954, según consta en las páginas de “El Heraldo”.

En 1958, se formó un grupo de profesionistas, encabezado por el Dr. Salvador Nava Martínez, que secundaron esa lucha.

Son Salomón fue un ciudadano combativo y participativo. Profundamente católico. Sus memorias o apuntes de su vida, escritas con impecable sintaxis son muy interesantes e ilustrativas pues describen con puntualidad, gracia e envidiable memoria el ambiente, lugares, personas y eventos que le tocó vivir. Son miles de nombres los que cita en sus apuntes, muchos de ellos olvidados, creo que para lograr tal objetivo tuvo que llevar un diario en el que recopilaba toda esta información para finalmente vertirla en su autobiografia que tituló “Forjando mi destino” (Apuntes de mi vida), que tuvo un tiraje de 5,000 ejemplares. Es un documento que contiene además su ideario y postulados políticos.

Que daríamos muchos de nosotros si nuestros padres y abuelos hubieran escrito algunos episodios de su vida y nos los hubieran transmitido para conocerlos y valorarlos. La memoria de nuestros ancestros es muy fácil de enterrar para siempre sin estos instrumentos. En dos o tres generaciones ni quien se acuerde de ellos y en muchos casos no sabemos dónde quedaron sepultados.

Don Salomón se dio a conocer entre nosotros, principalmente por los desplegados que publicada en los diarios potosinos que eran leídos por miles de ávidos lectores y por sus arengas en las plazas públicas en contra del cacique; así como con su participación política como candidato a la presidencia municipal y su liderazgo en la Unión de Contribuyentes y Usuarios de Servicios Públicos de San Luis Potosí.

Nos cuenta que con motivo de la lucha cristera en la que participó su hermano Alfredo y algunos de sus tíos tuvo que huir de la hacienda de Boouillas en Querétaro, con su madre y demás hermanos, en 1919 a San Ciro de Acosta, en el estado de San Luis Potosi.

En 1954 se inició en la política dentro de la Unión Nacional Sinarquista, heredera de la lucha cristera, de la que llegó a ser jefe regional. Nos narra con especial disgusto su decepción por los arreglos que celebró el obispo potosino Don Gerardo Anaya y Diez de Bonilla con el gobierno de Gonzalo N. Santos, ya que el jerarca en unas declaraciones condenó la lucha del sinarquismo y desactivó el movimiento. El cacique a cambio le había devuelto al clero la casona que ahora ocupa la Acción Católica en las calles de madero e independencia, algo muy parecido ocurrió a nivel nacional con el cisma que 1948 provocó el arzobispo primado de México, Don Luis María Martínez, al advertirles a los jefes sinarquistas de las diferentes regiones del país que cesaran en su lucha contra el gobierno, pues había llegado a un convenio con el presidente Miguel Alemán para que le devolvieran a la iglesia los edificios de los colegios católicos que le habían arrebatado y que además toleraría en sus recintos la instrucción religiosa.

En esa ocasión la mayoría de los dirigentes lo desobedecieron con el compromiso que tenían con la gente que los seguía, y el clérigo, en un arrebato de ira y autoritarismo, los excomulgó. Don Salomón como respuesta abandonó el sinarquismo por unos años, para más tarde volver a incorporarse. Hay que tomar en cuenta que la iglesia católica era el principal sostén político y económico con el que contaba el sinarquismo, desde el púlpito, en muchos templos, los sacerdotes invitaban a los feligreses a sumarse al movimiento que alcanzó una membresía de más de medio millón de adherentes.

Me extraña mucho que Don Salomón no haya registrado en sus memorias la masacre que ocurrió en la mañana del 16 de septiembre de 1940 en la cabecera municipal de Tierranueva, a sólo 80 kilómetros de la capital del estado, cuando en una marcha pacífica de más de 4 mil sinarquistas que se dirigían a la plaza principal a protestar por las condiciones miserables del campo, y que era encabezada por mi padre, Luis Martínez Narezo, jefe regional sinarquista, fueron baleados por sicarios agraristas desde las azoteas, cayendo muertos cinco sinarquistas y quedando heridos una docena de ellos.

Creo que Don Salomón, por un lamentadle olvido, omitió narrar en sus apuntes este capítulo tan doloroso de la historia de nuestra entidad que el periódico “El Sinarquista”, órgano oficial de difusión del movimiento, publicó detalladamente en su edición del 16 de septiembre de 1940. No recuerdo ninguna otro acto de violencia con este saldo de muertos y heridos que haya ocurrido en suelo potosino por motivos políticos.

El brillante columnista Oscar G. Chávez publicó esta historia en una de sus colaboraciones al diario “La Jornada de San Luis”. El también historiador escribe que “un día después, Huerta, (el jefe agrarista) aprehende a Martínez Narezo, y el 18 lo traslada a la penitenciaria de San Luis Potosí, como responsable de los hechos”. Y más adelante concluye que esta represión “puede ser considerada un antecedente de las ocurridas –la primera– el 1 de enero de 1916, en León, Guanajuato, cuando una multitud fue acribillada por tiradores apostados en las azoteas de palacio municipal, mientras protestaban por el fraude electoral, –la segunda–, la noche del 15 de septiembre de 1961 en San Luis Potosí, y por la que se inculpó a militantes del grupo navista…”.

Quiero reproducir a continuación un párrafo de un desplegado que publicó Don Salomón el 5 de enero de 1955 en “El Heraldo”, para que el auditorio valore la contundencia y alcances de sus denuncias. Escribe: “la verdad “monda y lironda”, es que antes de mis escritos en contra del Tigre de la Huasteca, del Alazán Tostado, del “Señor del Gargaleote”, solo el sinarquismo se había atrevido a enfrentarse al temido (no temible) cacique huasteco, quien se atreviera, firmaba su sentencia de muerte o su propia acta de defunción y en mi opinión, esa fue la época más vergonzosa, más denigrante que vivió la sociedad potosina. Y por supuesto “La Lonja’, representativa de la “crema y nava” de esa sociedad. Se olvidaron sus miembros y dirigentes que Doña Leola no era esposa legítima. sino amante de Gonzalo, y que éste había mandado asesinar al estudiante Fernando Cabdebille y a Germán del Campo, también estudiante. Muv triste, muy penoso, ¿verdad? pero icierto!”.

Finalmente quiero concluir con esta breve exposición que abarca solo un capítulo de la vida de Don Salomón relativo a su participación en el sinarquismo, en el que militó de 1940 a 1961, con una lectura de una carta que publicó en “El Heraldo”, el 20 de marzo de 1970, dirigida al señor Juan Aguilera Azpeytia, jefe nacional sinarquista. Dice: “Me entere de tu elección como jefe nacional del sinarquismo, por tal motivo decidí escribirte, pero no para felicitarte, pues no sería sincero si te dijera que lo hago con ese fin, y no te felicito, porque no creo yo que deba hacerlo, pues ello equivaldría a felicitar a un doctor por haber sido nombrado “médico de cabecera” de un agonizante pues a eso equivale el sinarquismo actualmente. El sinarquismo vino menos, por la falta de capacidad y de visión políticas de sus dirigentes, que no supieron o no pudieron estar a la altura de las circunstancias históricas de México. Hablaban mucho, pero actuaban poco y lo hacían mal”. En ese mismo documento reconoce que él no se separó de la UNS, lo separaron, debido a las torpezas de González Gollaz y de Orozco Romo. El motivo que argumentaron estos líderes sinarquistas para expulsarlo fue por la indisciplina del inquieto Don Salomón. Un ciudadano que participó activamente para democratizar al país.

 

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