Sopita de Rubik: Discopatín

Joel Hernández Vázquez

Cuando se habla de Discopatín se habla de un mundo que ya no está. Una de las Siete Maravillas Modernas de esta ciudad junto con: (2) El Parque, (3) la Plaza (ambas de nombre: Tangamanga); (5) Le Choix, (6) El tianguis de Las Vías, y  (7) La Esfera, el Cubo y la Pirámide que está atrás de Los Filtros, cerquita de la que fuera la papelería Albert frente a los Tacos Rafa que se ponían de noche y te hacían esperar de 45 minutos a una hora con un papelito que tenía escrito un turno que revisabas ansiosamente como si de un boleto de lotería en pleno sorteo se tratara.

Ahora están reubicados adentro de Soriana El Paseo; ya no hay tickets, no tienes que comer en el coche y todo es rápido. También venden la salsa verde de ajo por órdenes para llevar.

De nada.

Imagina que te deslizas con tus patines de botita, dando vueltas en la pista grande (porque había una chica estilo chapoteadero) todos en el deporte colectivo de ver y ser visto. Convivencia colectiva pacífica y análoga a los carritos chocones de feria, con su pacto silente de civilidad violenta contra oponentes desconocidos enfrentados (en medio de carcajadas) en una euforia de efímeras venganzas mutuas. Es una lástima que no intercambiáramos impresiones cuando bajábamos del juego; sería fantástico seguirnos saludando cuando nos encontráramos en el súper.

Pienso en ello como la versión light de la película The Purge.

Cierra los ojos y regresa a la atmósfera de lo que en ese tiempo te parecía una inmensidad de lugar. Piensa en el modulito donde ibas por aquellos patines de cuatro ruedas, las bancas donde te los ponías antes de entrar a dar vueltas. Esos patines son una pieza pop art que quisiera tener intervenida a lo Andy Wharhol en el librero de mi estudio.

Imagina la esfera de espejos en el techo con las luces de estrobos que detenían el tiempo, congelando las imágenes en cámara lenta. Siente las bocinas: ¡Boom, boom!

«This is the rhythm of the night» de Corona, «Be my lover» de La Bouche, «Saturday Nigth» de Wihgfield o «What Is Love» de Haddaway con el tecladito que sería emblema de la película «Una noche en Roxbury» con Will Ferrell y Chris Kattan.

Deberíamos hacer una playlist colaborativa.

Es más, mientras escribía esto me puse a hacerla en Spotify: «Discopatín».

No importaba que hubiera algunas tablitas faltantes en la duela o que estuviera hinchada, tampoco el muro inclinado aquél al fondo de la pista, que en otra muestra de esfuerzo colectivo, fue atiborrado de chicles. El mundo era más sencillo, ahora te harían firmar una responsiva. Fue un tiempo en que los niños íbamos sin cinturón en el coche y no había tal cosa como las sillitas de ahora. Se fumaba adentro de los cines y en las escuelas.

Eran otros tiempos. Existía un conjunto musical llamado nada más y nada menos que «Banda Machos». No quiero ni pensar lo que esto sería hoy. En el serpenteo del destino quedarían inmortalizados en el magnicidio del entonces candidato presidencial Luis Donaldo Colosio Murrieta. El momento fue, casualmente, grabado con una camarita Sony «Handy Cam».

Luis Donaldo caminaba entre la multitud que lo tocaba, lleno de confeti, sonreía, avanzaba.
En el sonido Local «La Culebra» de Banda Machos.

Instantes antes del ataque suena el coro: «¡Huye José!, ¡huye José! ¡ay la culebra!»…

No puedo evitar pensar en el estribillo como una advertencia premonitoria para el que fuera hombre de confianza y heredero político de Carlos Salinas de Gortari.

Si pudiera compraría el lugar. Lo reconstruiría estilo retro clásico en la onda del restaurante donde bailaba Travolta con Uma Thurman en «Pulp Fiction».  Venderíamos las camisetas blancas con las mangas tres cuartos y el cuello rojo, con el logo grande al centro del torso y la tipografía de rotulista de aquella fachada verde.

Nah, qué estoy diciendo… nada sería igual.

Todo mundo estaría sumido en su Instagram, haciendo lives o tomándose selfies, porque: #CulturaDeLoFake.

Prefiero no pensar en eso, me quedo con la imagen de los grandes patinando hacia atrás mientras mi hermana y yo, niños, íbamos agarrados del barandal en aquellas tardes de domingo en que nos llevaban mis papás. Saliendo nos comprarían un helado en Bing o Danesa 33.

Después regresábamos, juntos, los cuatro en el auto familiar, a casa. Nuestra casa.

Cierro los ojos y vuelvo.

No tengo prisa por abrirlos.

¿Para qué?

Marzo, 2023.

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