Sopita de Rubik: Tachones negros

Joel Hernández Váquez

La vida que tuve no se explica sin el fútbol. Mi papá jugaba fútbol y su papá fue profesional. Mi viejo tenía equipos llaneros; mandaba hacer uniformes con el logotipo del negocio familiar y pedía uno tamaño infantil para mí, siempre. El cuarto de juegos de la casa estaba adornado con unos trofeos enormes de la época. En sus partidos no entendía qué pasaba, tampoco importaba; yo sólo esperaba el silbatazo final para tomar de su maleta la botella de agua, correr disparado a su encuentro y abrazarlo por las piernas. ¿Ganamos? Sí, chiquito, ganamos.

Ese fue el futbol que recuerdo. Terregales que eran canchas en baldíos que hoy están urbanizados. Los campos Díaz Infante donde ahora está un súper en Muñoz, el campo de La Tercera junto a Las Morenas y Las Vías. Las canchas de Trojes del Sur y el Puente Pemex. Balones de cuero inflados a punto de piedra; pepitas, duro con salsa, viejitos empujando carritos de paletas. Los compañeros de juego de papá (que yo veía enormes) sobándose muslos y tobillos con friega de árnica. Tachones negros, credenciales en el piso con una piedra encima, gritos, raspones, empellones, mentadas, cervezas, más tierra y más polvo.

Con los años, el juego cambió. Se convirtió en este espiral fast fashion caro y desechable. Los zapatos ultraligeros –de plástico–; las camisetas (que ahora les dicen jerseys) atiborradas de marcas que, paradójicamente, la gente paga para llevar anunciadas en el cuerpo. En la era Instagram todo se volvió complejo y fue fábrica de lo igual. Brazos tatuados en manga, el peinadito, las cejas, los audífonos, la bolsita en la mano. Marcas.

Es el fútbol algorítmico. Ahora corren con un chunche en el pecho que mide la distancia recorrida, los latidos, los pases concretados, los disparos al arco, esto, lo otro. Ahora los jugadores cuidan sus “estadísticas”. Esto explica por qué a veces (aunque la oportunidad sea clarísima) prefieren pasar el balón que tirar a gol (mientras uno le grita incrédulo al televisor). En la gráfica contará como pase completado en lugar de tiro fallado. Al terminar el partido, van al vestidor para subir historias mostrando el torso desnudo. Un jugador no tan bueno podría ser contratado por encima de otro mejor si atrae público por medio de sus followers. Plástico.

La verdad, ya no veo los partidos. De entrada, porque no sé ni dónde se ven. Unos son por internet, otros por cable, y otros son pago por evento. Los narradores son insufribles; se les cuela un poquito de fútbol entre los anuncios. Además, los jugadores me parecen muy jóvenes y no veo en ellos a los astros que se me figuraban cuando era niño.

En una familia que le va al Guadalajara se me ocurrió irle al América, al Ame. Me aficioné en los tiempos de Cuauhtémoc Blanco; el último gran ídolo. El Temo representó todo lo que ya no está. Venía de barrio y tenía nombre indígena. No era agraciado ni políticamente correcto. Odiado, amado. Hombre espectáculo del deporte nacional. Las vueltas que da la vida, se convirtió en lo que juró combatir: un tieso títere político.

De los equipos europeos le voy al Chelsea de Inglaterra, por un tiempito que pasé por allá.
Unos meses atrás, en un partido de pretemporada, mis dos equipos se enfrentaron. El juego me hubiera pasado desapercibido de no ser porque papá me citó en un restorán para verlo. Llegue a las prisas, tarde. El encuentro era de preparación y no resultaba emocionante. En algún momento del segundo tiempo le pregunté por qué quería ver el partido, si no le iba a ninguno de los dos.
Me volteo a ver, hizo una pausa como acentuando lo obvio y me soltó:
-Pues… por ti.
Quise hacerme pequeño y abrazarte por las piernas.

Enero, 2023

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.

Es abogado, director de Estudio #103, una firma enfocada a la consultoría y litigio en procesos laborales y migratorios. Le ha dedicado 18 años al ejercicio de su profesión en el ámbito privado. En su trabajo destaca la promoción de litigios constitucionales en contra de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí debido a la prohibición de cursar una segunda licenciatura; así como el cobro de cuotas de inscripción. Representó a un grupo de internas en la conducción de la primera demanda laboral relativa a un esquema de esclavitud análoga en contra de una empresa maquiladora dentro del penal de San Luis Potosí.

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