Tiempo Contado: Medios, periodismo y autorregulación

José de Jesús Ortiz

En una escena célebre de la película El Ciudadano Kane, de Orson Welles, se observa vehemente al personaje principal, Charles Foster Kane, en su oficina de la dirección del periódico New York Daily Inquirer –del que es propietario–, acompañado de dos empleados, uno de ellos editor, con quienes sostiene el diálogo siguiente: 

—No me conformo con publicar noticias más o menos importantes y fotografías, algún día conseguiré que el Inquirer, sea tan importante para Nueva York como el gas de esta lámpara.

—¿Qué vas a hacer Charles?

—Establecer nuestra política, todo periódico la necesita, la he terminado de escribir ahora mismo— dice, mientras muestra una hoja de papel en la que ha escrito la declaración de principios del diario.

—Señor Kane, no prometa algo que no pueda cumplir.

—Voy a cumplirla, proporcionaré a los habitantes de esta ciudad un periódico honrado, que dé con fidelidad y exactitud las noticias. Podrán leer las noticias con toda su autenticidad porque no permitiré que intereses de ninguna especie entorpezcan la verdad de los hechos; también les daré un defensor infatigable que luche por sus derechos de ciudadanos y de seres humanos. Firma: Charles Foster Kane. Quiero que se publique este editorial en la primera página.

Corte de escena. Aparece enseguida, en un primer plano, la portada del New York Inquirer con la declaración de principios. La toma se abre lentamente y son cientos o miles de periódicos impresos, amontonados, los que están a punto de ser distribuidos en las calles neoyorkinas. Corte.

La escena sintetiza un compromiso del periódico con una serie de principios editoriales y éticos asumidos públicamente, con los cuales pretende regir su actuación periodística (aunque luego su apuesta toma otro camino). Finalmente, resume también una forma incipiente de rendición de cuentas ante los lectores, parte de una larga tradición de la prensa estadounidense. No es esta la tradición periodística en el caso mexicano, caracterizada en su mayoría por la ausencia de compromisos éticos abiertos y explícitos con los lectores, que puedan ser asumidos a través de distintos mecanismos de autorregulación en los que establezcan sus referentes deontológicos. La ausencia de estándares éticos, pero también de la convicción de que los medios y el periodismo deben cumplir con una función democrática, pareciera ser el modelo que ha predominado (que predomina) en la prensa mexicana, con sus muy contadas y notables excepciones.

La autorregulación se da de forma autónoma –sin imposiciones normativas–, a partir de la certeza del medio de comunicación sobre la naturaleza pública de su trabajo que no puede realizarse sin apego a criterios éticos y sin un compromiso público con sus lectores o audiencia. No es una forma de censura interna, sino un compromiso público que se establece a partir de distintos mecanismos o instrumentos como los códigos éticos o deontológicos, el libro de estilo, los consejos o comités editoriales, y el ombudsman o defensor del lector y/o audiencias. Todos ellos, mecanismos complementarios y no excluyentes, que pueden coexistir con el objetivo de impulsar la ética, la transparencia y rendición de cuentas de los medios.

La autorregulación es esencial porque traza las coordenadas, el camino, el norte, que debe seguir el medio en sus coberturas informativas desde la ética y responsabilidad social, y desde una perspectiva de derechos humanos y un claro compromiso ante sus audiencias. Según Hugo Aznar, uno de los principales referentes en el campo de la ética de comunicación, la primera función de la autorregulación “es formular públicamente las normas éticas que deben guiar la actividad de los medios”. Por ello su importancia.

De los muchos y graves problemas que vive la prensa en México –asediada desde diversos frentes y con una precarización en aumento de la profesión periodística–, quizá uno de los problemas que están en el ámbito de los medios atender es justamente el de la autorregulación y el establecimiento de estándares éticos, si lo que se busca es un ejercicio periodístico desde la responsabilidad y el compromiso con los lectores a los que dicen servir.

En el caso mexicano, con excepción de los medios públicos de radio y televisión que por disposición normativa deben contar con la defensoría de la audiencia y códigos éticos, son muy pocos los medios de comunicación que cuentan con mecanismos de autorregulación. En el ámbito privado, quizá el caso más conocido es el de Carmen Aristegui, quien en los distintos espacios en los que se ha desempeñado ha impulsado estas figuras de autorregulación, en particular los códigos éticos y el ombudsman o defensor de la audiencia. 

A nivel local, también muy pocos medios de comunicación cuentan con mecanismos de autorregulación y un compromiso ético explícito con sus audiencias, acaso solamente Astrolabio Diario Digital y poco más, de un padrón de más de cien medios locales. Un caso especial es el de Canal 9, que como medio público, por disposición de la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión, cuenta con un código de ética y el defensor de la audiencia, que en la práctica parecieran figuras de ornato para cumplir con un requisito.

A mitad de los años 90’s, el periódico El Ciudadano, dirigido por la figura irrepetible de José Alba de Santos, fue pionero en el impulso de mecanismos de autorregulación a través de un manual de estilo y una declaración de principios que establecía criterios de carácter ético en su trabajo editorial y en el desempeño de sus periodistas, además de la figura de un defensor del lector que no alcanzó a concretarse ante la efímera existencia de este medio. Casi al final de esa década, el periódico Pulso asumió públicamente el compromiso con un código de ética (difundido en primera plana), además de la figura del defensor del lector (decorativa en la práctica), así como un Comité o Consejo editorial que funcionó durante algunos meses, al igual que los otros mecanismos.

La ética en el ejercicio periodístico y los diversos mecanismos de autorregulación no pueden ser solo figuras ornamentales, que se proclaman y enseguida se olvidan o se guardan bajo llave en el escritorio de la dirección. Se trata ante todo de un compromiso que debe ser refrendado en la práctica, como una brújula para atender y evitar distorsiones siempre posibles en un trabajo como el periodismo, sometido a la dictadura del tiempo y la inmediatez. Justo es esa inmediatez y rapidez con la que se construye la noticia lo que aumenta las posibilidades de incurrir en abusos y errores en las coberturas informativas (en ocasiones por las prisas, en muchas otras de forma deliberada), que cuando lesionan derechos de víctimas siempre generan efectos y daños. De ello, ningún medio está exento.

Errores y excesos en las coberturas informativas se presentan todos los días, ejemplos de ello son innumerables como los casos recientes de Debanhi, en Nuevo León, o a nivel local con Nayeli y antes con Nataly –todas ellas víctimas de feminicidio–, en los cuales las coberturas informativas de muchos medios, sus frames noticiosos, mostraron lo peor del periodismo, desde la espectacularización de la tragedia y las filtraciones, sin respeto alguno por las víctimas, generando estigmas y revictimizándolas.

También, hace algunos días, el 13 de junio, el periódico El Heraldo de México publicó una noticia muestra del racismo y clasismo, titulada “Ludwika Paleta luce su lado hippie usando un huipil oaxaqueño y supera en belleza a Yalitza Aparicio”; en twitter, el periódico la difundió con un mensaje que decía “¡Tiembla Yalitza! Ya llegó la mujer que luce el huipil mejor que nadie”, acompañado de imágenes de las dos actrices. Ante las críticas por el tufo racista y discriminatorio de su publicación, el periódico emitió un comunicado reconociendo el error y comprometiéndose a implementar “acciones afirmativas enfocadas a consolidar una nueva cultura e igualdad de género y no discriminación”.

Otro caso: hace algunos años (01/09/2009), el periódico El País publicó un reportaje en primera plana titulado Sexo de pago en plena calle junto al mercado de La Boqueria, acompañado de imágenes de personas teniendo relaciones sexuales en vía pública, ahí en Las Ramblas. La publicación generó infinidad de quejas de los lectores y críticas al periódico. Al final, el Defensor del lector de El País reconoció que hubo excesos en la cobertura –no en la denuncia periodística al tratarse de un hecho de interés público–, en particular en la difusión de las imágenes en primera plana.

Casos como estos son muestra de la urgencia de contar con criterios éticos y de mecanismos de autorregulación que contribuyan a evitar distorsiones en el manejo de la información e impulsen la rendición de cuentas del medio ante sus audiencias. Mecanismos que además posibilitan la reflexión y un proceso de aprendizaje permanente, un conocimiento acumulado al fin.

Riszard Kapuscinki planteaba, entre sus muchas premisas contundentes, que el buen periodismo no puede desligarse de su condición ética. No puede haber periodismo (y periodistas) de excelencia que no anteponga un compromiso ético. La premisa aplica también, sobre todo, para los medios como empresas informativas, que no pueden ser conceptualizados y manejados solo como negocios privados de sus propietarios, sin ninguna responsabilidad social ni límites éticos a su trabajo. Entenderlo de esta manera es seguir en el pasado.

Finalmente, cualquier medio que se precie de ejercer un periodismo responsable, apegado a criterios deontológicos y desde una perspectiva de derechos humanos que sea útil a la sociedad, debería transparentar su trabajo, respetar a sus lectores o audiencias, distinguir noticias pagadas (gacetillas) de información (gato por liebre), además de asumir algunos de los mecanismos de autorregulación como un compromiso público en su actuar cotidiano. Lo contrario solo es mera retórica y simulación. 

Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Fue reportero fundador de los diarios El Ciudadano Potosino y La Jornada San Luis, así como la revista Transición. Participó como becario de la Fundación Prensa y Democracia para realizar un programa académico en la Universidad Iberoamericana. Es autor del libro La batalla por Cerro de San Pedro, sobre la lucha social contra la Minera San Xavier. Actualmente se desempeña como profesor en la Universidad Mesoamericana y la Universidad Interamericana para el Desarrollo.

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