21 de noviembre del 2019: el recuerdo de una verdadera vida

¿Cómo podrían la estructura particular y el léxico limitado de un idioma bastar para comprender el mundo? (…) ¿Por qué limitarse a un solo conjunto de creencias en lugar de adoptar varias para ensanchar y profundizar la visión propia del mundo? En este tono, libra, te invito a hacer de este mes de noviembre [tu mes de la diversidad]. Tu disfraz de Halloween: un Santa Claus judío políglota, un buda sufí que salmodia rezos en tres idiomas.
-Rob Brezsny, astrólogo [Traducido del francés]

Alejandro Hernández J.

Tal día como hoy de 1927 nacía Ernesto de la Peña Muñoz, erudito mexicano. Por una feliz coincidencia, a la fecha de hoy también se festeja el Día Internacional de la Filosofía. Celebración promovida por la UNESCO, el día elegido fue el tercer jueves de cada noviembre, tratándose de la posible fecha de nacimiento de Sócrates hace 2 mil 489 años.

El maestro de la Peña fue un humanista especializado en literatura, religión, música clásica y traducción. Conocedor de más de treinta lenguas, hablaba con soltura un puñado de ellas —italiano, alemán, francés, etc.—, estudió a profundidad algunas —sánscrito, árabe, ruso, chino, etc.—y se servía de otras más —arameo, latín, y griego clásico— con fines filológicos, llegando a publicar, por ejemplo, la primera traducción mexicana, laica y directa de los Evangelios. Don Ernesto fue también miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, poeta y encargado de varias emisiones de radio sobre música clásica, ópera, historia, teología y literatura. Ernesto de la Peña falleció el 10 de septiembre del 2012 en la Ciudad de México.

Por su parte, Sócrates es definido por Alain Badiou, filósofo francés, como el primer gran corruptor de la juventud en Occidente, es decir, como el personaje que intentó alertar sobre los dos enemigos interiores de los jóvenes (pero también de los adultos): la pasión por la vida inmediata y la pasión por el éxito. La primera amenaza se resume, sea en la búsqueda del placer inmediato, sea en la idea de que, si de todas maneras no existe un buen futuro, lo mejor sería entregarse al nihilismo. La segunda amenaza consiste en dedicar la vida a perseguir el éxito material, a encontrar un lugar destacado en el orden social existente e incluso a mantener un culto conservador de los poderes. Como todo gran filósofo, Sócrates se propuso mostrar que existía una verdadera vida, una que no aspira a obedecer las costumbres o el orden preestablecido de las cosas, sino a la creación y la participación en causas universales como el arte, la ciencia o la filosofía. En 399 a.C., Sócrates fue acusado por la democracia ateniense de haber incitado a los jóvenes a no honorar a las divinidades de la ciudad (¿las pasiones por la vida inmediata y por el éxito?) y a creer en nuevas deidades (¿la verdadera vida?). “El más justo de los hombres”, como lo llamaba su discípulo Platón, murió ese mismo año, condenado a beber veneno.

Desde luego, sería difícil (o hasta imposible) para muchos de nosotros dedicarnos a una verdadera vida de manera tan entregada como lo hizo Ernesto de la Peña. Además, no solo los clásicos, sino también recientes series o películas con gran difusión mediática, por ejemplo, pueden enseñarnos mucho. Sin embargo, dejar completamente de lado la filosofía y los debates informados evita que logremos ir más allá de lo que la gran mayoría de los medios o redes sociales nos presentan.

Reconozcamos —no para justificar, pero sí para entender— que prácticamente todas las piezas del tablero están echadas para que rehuyamos cada vez más los contenidos críticos y las obras fundamentales de nuestra historia intelectual. En efecto, después de largas y pesadas jornadas de trabajo o de estudio, ¿quién tendría ganas de sentarse a cotejar varios periódicos nacionales e internacionales y enseguida ponerse a leer la Crítica de la razón pura, de Kant? Además, si ya de por sí muchos de los grandes textos de la humanidad (pero también algunos textos periodísticos) no son de fácil acceso para el intelecto, la educación ha fallado en alimentar en nosotros —quienes tenemos la subestimada fortuna de haber sido alfabetizados— el deseo de consultarlos y en darnos las herramientas para desenmarañarlos. Por si fuera poco, cada vez desconocemos más los estilos cuidados y adornados, pues mucho del contenido mediático al que nos exponemos es fruto de grandes sacrificios estilísticos en beneficio de lo rápido y espectacular.

Sin embargo, aun ante este escenario tan adverso, lo que hagamos con el poco tiempo libre que nos queda es decisivo. Como mencionábamos en uno de nuestros artículos anteriores (10.10.19), quienes tenemos la suerte de contar con equipos electrónicos con conexión a internet, poseemos una facilidad insólita en la historia de la humanidad para acceder a un sinnúmero de fuentes de información. A pesar de esta gran fortuna y de manera paradójica, pocas veces ha sido mayor el riesgo de desinformación al que nos exponemos. Evidentemente, no hay nada de malo en relajarse con algún espectáculo ligero proyectado desde alguna plataforma como YouTube, pero, si no se tiene cuidado, pronto nos veremos invadidos por recomendaciones de contenido entretenido, pero carente de información. Las consecuencias de este fenómeno son a la vez tristes y peligrosísimas, como veremos a continuación.

Ya en los años ochenta, la biblioteca personal del maestro de la Peña contaba con alrededor de 20 mil títulos, los cuales había conseguido tras varios años de esfuerzo: voluminosos diccionarios de las lenguas que había estudiado, recetarios multilingües, clásicos de la literatura universal en sus lenguas originales, etc. En el 2019, una búsqueda de algún término en Google nos arroja cientos de miles de resultados en menos de un segundo. ¿Habría logrado don Ernesto estudiar aún más idiomas si en su juventud hubiese tenido acceso a Internet? No podemos saberlo; lo cierto es que nosotros contamos con una herramienta que, sin estar libre de riesgos, sí que nos permitiría “ensanchar y profundizar la visión propia del mundo” (como sugiere Rob Brezsny en la cita que empleamos para nuestro epígrafe). Sin embargo, el favorecer búsquedas de contenido poco crítico tiene un efecto completamente contrario. Nos volvemos, según Hans Magnus, autor alemán, analfabetos modernos: unos “consumidores atolondrados” que saben leer y escribir, pero ya no saben contar cosas.

Por si lo anterior no fuera ya bastante, vivir de a oídas nos hace blancos fáciles de perversos intereses mediáticos y políticos. En una entrevista, el filósofo eslovaco Slavoj Žižek recuerda al personaje principal de la cinta “Sobreviven”, John Nada, quien encuentra unos lentes de sol. Cuando este personaje se los pone, puede ver lo que realmente se esconde detrás de cada objeto: en general, una ideología de consumo y de sumisión al orden establecido. Nuestros lentes de sol son el pensamiento filosófico, es decir, un cuestionamiento ordenado y constante de todo, absolutamente todo aquello que damos por hecho.

América Latina se encuentra en una etapa crítica en la que, sin gafas para sol, los resultados pueden ser aún más desastrosos. Es prácticamente indiscutible que el empeño de Evo Morales por mantenerse en el poder jugó un rol decisivo en la triste situación actual de Bolivia. Sin embargo, como menciona la reciente columna de Olga Pellicer, académica, diplomática y periodista, dicho empeño fue un “caldo de cultivo” para que las corrientes de derecha contaminaran aún más la percepción política mediante “medios sutiles y poderosos”. El resultado lo conocemos todos: sin lentes, una demócrata, Jeanine Áñez, que ha llegado a salvar a su pueblo del socialismo y hasta del ateísmo; con lentes, una senadora que, aprovechándose de la inestabilidad de su país, es proclamada presidenta de manera anticonstitucional para imponer una agenda de ultraderecha fundamentalista y evangélica.

En México existen también grupos de ultraderecha que estarían esperando cualquier momento de inestabilidad política y social para intentar imponer sus intereses. En nosotros está conseguir las gafas correctas y compartirlas cuando sea necesario. Sirvámonos, pues, del ejemplo y del gran legado que nos han dejado personajes como Ernesto de la Peña y Sócrates para apreciar el mundo tal y como es en su maravillosa complejidad, para cuestionar profundamente nuestras certezas y para evitar caer en trampas políticas y mediáticas.

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