Historias paralelas: Empleo 2.0

Octavio César Mendoza

Hay quienes trabajan día y noche, quienes lo hacen de luna a luna, y quienes hacen como que trabajan. Hay quienes trabajan dando órdenes, recibiéndolas, procesándolas, e incluso incumpliéndolas. Los trabajos son de toda clase: desde los que hacen sudar la frente hasta los que hacen sudar otras partes del cuerpo.

Trabajar es una acción necesaria para que el individuo cubra sus necesidades particulares, y para que la sociedad cubra sus necesidades colectivas.

Un campesino sale a atender el sembradío y los animales a las dos o tres de la mañana. Su jornada concluye cuando comienza a ocultarse el sol. La ganancia es poca, y a veces le es arrebatada por la naturaleza, el fisco, los intermediarios o el crimen organizado.

El campesino es el primer eslabón en la cadena de la esclavitud moderna, y es quien inicia el proceso necesario para que el resto de la cadena se alimente. Debería de haber más apoyos y menos homenajes al pueblo campesino.

Un obrero que debe operar una máquina fabril, invierte varias horas de su derecho al sueño en trasladarse de su casa al centro de trabajo. Algunas empresas contratan autobuses para que llegue a tiempo; en otros casos, el obrero debe hacer uso de una bicicleta, o hace grupos de cuatro para librar un taxi. No pocos de sus pares caminan largas distancias para arribar a su centro de trabajo. El sueldo no da para más que para medio comer, medio dormir, medio vivir, medio ser feliz.

Los siguientes eslabones son los oficiantes: el albañil, el carpintero, el plomero, el electricista, la peluquera, la cocinera, la jardinera, la cuidadora. Todo aquel que tiene la fortuna de contar con un oficio, como este de escribir, puede ganarse el pan de cada día de acuerdo a la demanda del mercado de labores a veces incómodas como la de destapar una cañería o reponer un vidrio roto. El oficio es la primera y la última fuente de empleo de cualquier persona con o sin estudios.

Claro: habrá quien diga que la vida de un taquero es como la de una estrella del Hip-Hop en Hollywood, o que hay plomeros que cobran un ojo de la cara y electricistas que lo cobran de otra parte; pero nada de eso es generalmente cierto: la paga depende más bien de aquello que se considera urgente, necesario, excepcional, único, y otros etcéteras que hacen que el oficiante deje clientes satisfechos por todos lados hasta quedarse sin ninguno. Qué buen servicio.

Ahí comienzan los eslabones de plata: la alta burocracia sindical (siempre dispuesta a paralizar a las instituciones si alguien se atreve a tocar sus privilegios con el pétalo de un despido) las sugar babies, los juniors y los influencers; pero también están los maestros, los profesionistas, los médicos especializados, los comerciantes, e incluso los científicos e investigadores. Los saberes de estos últimos son esenciales para que la sociedad no se convierta en un eterno concierto de Bad Bunny.

Ya en lo alto de la cadena de poder y mando están los empresarios, los líderes de grupos ortodoxos y poderes fácticos, y algunos gobernantes que no saben absolutamente nada de aquello para la cual fueron electos o nombrados, o “están aprendiendo”.

De ahí para arriba, están los que jalan la cadena de diamante de sus wc de oro: los Iluminati, los que no necesitan tener dinero en el banco para hacer que el dinero de los bancos se mueva a su antojo. Ah, y George Soros. Ese canijo.

Excepto los primeros tres eslabones oxidados por el olvido, todos los demás pueden hacer su trabajo en casa o desde una computadora en las Islas Bahamas o de perdido en el parque de su residencial. La tele-chamba es un sueño para muchos solteros y una pesadilla para muchos casados. Y la pandemia nos trajo la experiencia de ver oficinas gubernamentales cerradas durante dos años, porque a las bondades de ser burócrata con sobresueldo se agregaba esa otra de no hacer nada.

Henos aquí que algunos estamos hasta el cuello de responsabilidades (me encorazona) y escuchando esa pavada de que en Gobierno no se hace nada (me enoja) justo en épocas donde hay que hacer de todo para que el sistema gubernamental vuelva a funcionar eficientemente. Después de treinta años de servir a la sociedad a través de diversos cargos que he tenido la responsabilidad de ostentar, puedo opinar algo: no soy sindicalizado porque nunca me dediqué a cubrir horas-nalga.

Esta columna no es una indirecta. Lo que pasa es que algunos ignoran que también por pensar se paga; que a veces es más productivo estar afuera que atrás de un escritorio; que para cambiar las cosas hay que sumar voluntades y romper paradigmas; que el verdadero espíritu de superación no radica en la competencia, sino en la colaboración, y que hacer equipo es necesario para enfrentar adversidades y no para pelear contra los adversarios sólo porque se cambiaron de casaca.

La única causa debe ser la común, al igual que el único sentido que guíe a quien tenga algo de poder, para que este no se reduzca al poder de chingar. Porque al menos donde moran los huesos de mis antepasados y sonríen los rostros de mis contemporáneos, en este Potosí para los Potosinos de la modernidad, aún queda mucho por hacer para mejorar las condiciones de vida de nuestra gente, por lo que todas las casacas deben formar el mosaico de un solo equipo: San Luis Potosí.

Todavía falta mucho para el 2027, y luego para el 2033, y así mientras no se dejen ahí -mi abue dixit.

Nació en San Luis Potosí en 1974. Ganó el Premio Nacional de la Juventud en Artes en 1995 y el Premio 20 de Noviembre en 1998 y 2010. Ha publicado siete libros de poesía y uno de cuento. Fundador de las revistas Caja Curva y CECA, también colaboró en Día Siete, Tierra Adentro, entre otras. Asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, siendo él presidente municipal, gobernador y director de Casa de Moneda de México. Actualmente es director de Publicaciones y Literatura de la Secretaría de Cultura, y también dirige la Casa del Poeta Ramón López Velarde y la Editorial Ponciano Arriaga.

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