Historias paralelas: ¿Grandes Éxitos o One Hit Wonder?

Octavio César Mendoza

La consciencia sobre la finitud nos lleva a pensar en la trascendencia. Saber cómo seremos recordados y actuar en consecuencia es una de las motivaciones filosóficas que el individuo posee, se podría decir, casi de manera instintiva.

Hay quienes se conforman con ser productivos, mantener hábitos saludables y estar en paz con los demás; pero esa forma de vivir la vida, desasida de las grandes pasiones que nos caracterizan como animales racionalmente sensibles, es una vida desperdiciada.

La existencia del ser humano apasionado es un cúmulo de fracasos sobre los cuales se asienta el trono de sus escasos triunfos. Cada quien es el rey de su propio mundo, aún si la corona está deforme y la espada mellada a fuerza de peloteras.

Un solo triunfo en la vida equivale a todas las derrotas sufridas previa y posteriormente. A veces ese triunfo es un hijo, un amor, una profesión, un empleo, un golpe de suerte, un premio, unas vacaciones inolvidables, un instante de gloria personal e íntima.

En términos radiofónicos se llama “One Hit Wonder” a aquella pieza musical que es el único éxito de un intérprete. La fama efímera recompensa a los elegidos con la nostalgia por los buenos tiempos: esos lugares y esos momentos donde no sabíamos que éramos felices.

Sólo aquellos que se anotan un “Hit” sobresaliente seguido de otro logran acumular “Grandes Éxitos”. Siempre están por encima de la mediocridad común, siempre hacen algo que escapa al silogismo de una existencia tan inocua donde sólo se nace para morir.

Claro que la fortuna o el destino, el azar o las interminables combinaciones de números en torno a ese éxito también tienen qué ver; pero, sobre todo, es el esfuerzo lo que hace sobresaliente a alguien. Incluso más que el genio, el poder o la parafernalia.

Así, los que trabajan con ahínco son los que trascienden de forma constante, pero igual lo hace el burro que tocó la flauta con su “One Hit wonder”. Hay quienes se suben a un barco que construyeron otros, o se montan en la ola de un fenómeno colectivo, o roban famas.

Pero más allá de eso hay algo fundamental para alcanzar la trascendencia: la narrativa. Cómo narramos ese éxito, o cómo son narrados esos múltiples éxitos, convierte en épica hasta la batalla más insípida.

En política, la narrativa es fundamental para arribar al poder; pero es indispensable para que los actos derivados de ese poder trasciendan, se queden en la mente de los ciudadanos, y se divulguen de boca en boca hasta volverse parte de la memoria colectiva.

Para eso no basta el carisma del líder: su equipo de trabajo debe ser el principal narrador de sus logros. De qué sirve que cada gobernante diga lo que ha hecho si lo dice casi en latín y con esa somnolencia con la cual hablaban los sacerdotes del siglo XIX.

Veamos un ejemplo: AMLO. Ser su propio vocero día tras día y mostrar un evidente hartazgo de sus detractores, un ánimo belicoso contra sus críticos, y un desprecio absoluto hacia sus opositores, sólo enaltece su ego, pero no le ayuda a gobernar mejor.

Su economía sólida y estable se ha debilitado a través de la inflación imparable que disminuye el poder adquisitivo del ciudadano común: un billete de 500 pesos de hace 10 años tiene un poder de uno de 200 pesos el día de hoy. Los 200 pesos de su cartera.

Su país de “abrazos y no balazos” es un país donde el homicidio y el feminicidio escalan a paso firme y generan sensación de temor en todas y todos. De hecho, el sexenio de AMLO será más sangriento que los de Calderón y Peña juntos, en número fríos, sin adjetivos.

¿Y sus logros? ¿Y los beneficios de los Programas Sociales? ¿Y la obra pública? Nadie sino él habla de cualquier tema, nadie explica, nadie “canta” y nadie hace la narrativa épica del Presidente, porque él mismo se aisló de sus intelectuales, y calló a sus voceros.

Los celos no son buenos consejeros, ni en el amor ni en la política. Un líder sabe que se debe a muchos liderazgos, no sólo al suyo; y quien ignora esto se vuelve autócrata, mesiánico, tiránico y dictatorial. De ahí surgen sus némesis. Ellos mismos fueron némesis de otros.

He ahí que aquello que pensaba AMLO de sí mismo contrasta con la realidad, y aunque tenga el cariño de mucho, mucho pueblo, el mismo pueblo que le es devoto tiene al mismo Dios desde hace mucho tiempo, y no es él. El aspirante a la reelección ya se percibe reemplazable.

Ahora que vienen los primero informes de los hombres G (Gallardo y Galindo) veremos espectaculares de sus buenas obras por todo San Luis Potosí; pero si estas contrastan con la realidad, no habrá narrativa que convenza al ciudadano de que las cosas van bien.

¿Entonces? Hay que saber traducir los números en emociones, en actos precisos que reflejen la sabiduría del gobernante, en logros de trascendencia mayor que dejen con el ojo cuadrado a la vecina del vecino y a la hermana del primo.

Se trata de hacer ver que están cambiando la historia, que hay una notable diferencia con el pasado, que su trabajo nos hace sentir orgullosos de vivir en una ciudad y un Estado cuya grandeza está despertando nuevamente, luego de permanecer doce años dormida.

No dudo que puedan pagar a los mejores publicistas, mercadólogos y diseñadores para hacer una campaña extraordinaria; pero la sociedad percibe una realidad y tiene que saber que esa realidad está cambiando, y eso también depende de cómo se le digan las cosas.

Ojalá que tengan mucho qué decir al pueblo y que lo hagan de forma tal que el pueblo se diga a sí mismo: ahora sí le atiné a la hora de votar. Que se emocione, que se ratifique la esperanza, que se vea luz verde al final del túnel. Más narrativas épicas y menos tecnicismos.

No más informes de Gobierno soporíferos como los de Toranzo, grises como los de Carreras, sin obras como los de muchos alcaldes. No se puede tapar la luz del sol con un anuncio espectacular si no hay política pública u obra pública que sea, precisamente, espectacular.

En ese caso, mejor empezar por tapar los baches, y afinar la voz antes de empezar a cantar.

Nació en San Luis Potosí en 1974. Ganó el Premio Nacional de la Juventud en Artes en 1995 y el Premio 20 de Noviembre en 1998 y 2010. Ha publicado siete libros de poesía y uno de cuento. Fundador de las revistas Caja Curva y CECA, también colaboró en Día Siete, Tierra Adentro, entre otras. Asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, siendo él presidente municipal, gobernador y director de Casa de Moneda de México. Actualmente es director de Publicaciones y Literatura de la Secretaría de Cultura, y también dirige la Casa del Poeta Ramón López Velarde y la Editorial Ponciano Arriaga.

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