Historias Paralelas: La hora de la verdad

Octavio César Mendoza

En un fondo abisal de nosotros mismos, sabemos lo que somos. No hay escapatoria, pues ni la construcción de una personalidad aparentemente ajena a esa verdad, ni el agobio resultante de soportar la auto imposición de una máscara de virtudes, cualidades o empatías, nos vuelve perfectos ante la propia mirada. La condición secreta del espíritu, de las emociones más profundas y los pensamientos más íntimos, desaparecen cuando establecemos contacto con otras personas que, igualmente, son un abismo de complejidades cuyo fondo no conocen sino ellas mismas.

Sostener un estado de enajenación ante la propia realidad interna, esa que sólo dejamos asomar en pocas ocasiones y que deposita en otros la confianza de sabernos, de reconocernos y con ello de generar complicidad, es una tarea ardua asaz que dolorosa. La consciencia de nuestros actos, es aquella sombra irrenunciable que nos persigue cuando se posa sobre nosotros la luz solar de la verdad.

Para actuar de manera adecuada, para inhibir las conductas negativas, para luchar contra los actos egoístas y las pasiones que nos arrastran, tenemos las herramientas de la educación, la filosofía, e incluso la religión. En estás vertientes nos confundimos entre los demás, y obedecemos mandatos espirituales, éticos y morales superiores a nuestra condición humana en la cual erramos con singular constancia.

Así se nos ha dicho que el que esté libre de pecado, arroje la primera piedra, que nadie es una blanca paloma, y que con la cara que mides serás medido; pero para evadir la Ley, el acuerdo de respeto al Derecho ajeno que es la paz, la voluntad de ser libres de los otros, las responsabilidades jurídica, social y afectiva personales, y las restricciones que se nos imponen para no imponernos sobre los demás, tenemos más de una razón, un pretexto, una ideología, un fundamento moral, y entonces actuamos izando el estandarte del bien común, que por lo general comienza y termina por uno mismo: primero yo, después yo, y al final yo.

En física, a toda acción corresponde una reacción. No sucede nada fuera del ciclo de concatenación de causas y efectos. Curiosamente, la física-matemática también se ocupa de lo humano. Finalmente, somos una suma aleatoria de aglomeraciones que parten de lo celular y se expanden en todo lo que hacemos, decimos, sentimos o pensamos, hasta otorgar a cada uno de nosotros una función y una acción entre y ante los otros. “Los otros que no son si yo no existo”, dice Paz.

Al culpable y al inocente siempre lo perseguirán otros igualmente inocentes o culpables, y lo juzgarán sus enemigos o las víctimas de sus agravios. Sin embargo, antes de que ocurra eso, puede ocurrir un milagro: el reconocimiento de que estábamos equivocados, que actuábamos mal, o que deseábamos actuar de forma incorrecta, a pesar de nuestra educación, nuestra cultura o nuestros valores; que no los hay si no se cumplen, por cierto.

Si Felipe Calderón Hinojosa no sabía de las actividades sospechosas de su jefe de seguridad nacional, Genaro García Luna, o pecaba de ingenuo o francamente de omiso; pero en ambos caso, el confiar en exceso en cualquier persona que rodea a quien ejerce el poder, tendrá como efecto resultante un eventual daño no sólo a su imagen pública, sino también a los intereses de la sociedad.

Hubo un tiempo en que todo el mando policial, y toda la confirmación de los equipos de procuración de la justicia, dependían de Genaro García Luna y no había gobernador que no sintiera la presión de obedecer a los mandatos presidenciales. Así, las cualidades corruptoras del poder absoluto se hacen más evidentes, al no existir oposición firme ante la voluntad de un solo hombre. El delicado tejido social, entonces, se comienza a fragmentar, y donde surgen acuerdos para beneficiar a algunos, generan desacuerdos en sus antípodas, y dejan fuera de los beneficios a otros más. Estos últimos, los agraviados, suelen ser los que dan la vuelta a la página de la historia, sólo para que esta se repita.

Así, los inocentes de hoy serán o seremos los culpables de mañana, y pasarán o pasaremos de víctimas a victimarios por esa condición humana. De ahí que el arte de la gobernanza sea tan complejo que sólo mediante una gran visión se puedan revertir los efectos del desgaste consecuente del ejercicio del poder.

Y puede que tengamos a líderes sabios y bien intencionados, a esos llamados pro-hombres, ubicados en las cumbres del poder por la legitimidad del voto popular, por su carisma, por su inteligencia o sagacidad; pero no sabemos quién o quiénes se colocarán a su diestra o a su derecha, y actuarán de buena o mala forma.

Ante ello, las evaluaciones del desempeño son más que necesarias; pero también la necesidad de sospechar de todos. Los gabinetes no son comunas de hermandad hippie, sino estructuras derivadas del acuerdo de repartición de influencias y poder internos y externos, y por lo tanto operan con ocultas motivaciones e intereses de cúpulas que no necesariamente piensan en el bien común.

Recuerdo en la experiencia personal haber lanzado en una revista llamada Día Siete un dardo a modo de pregunta: ¿Qué lee Genaro García Luna? ¿Se conmoverá ante un poema? Una semana después, notificaron a quien esto escribe que mis opiniones y colmenas de “Hasta atrás” ya no serían publicadas. No quiero pensar que tuvo qué ver con ese mínimo cuestionario de búsquedas literarias, pues acababa de ocurrir el asesinato del hijo del poeta Javier Sicilia. Lo importante eres que desde tiempo antes, y aún hoy, suelo percibir las emociones que me generan las personas como mensajes de una aún indescifrable caligrafía, pero a la que tengo que tomar en cuenta.

Tal vez a algunos gobernantes, por muy buenas intenciones que los muevan, les resulte necesario escuchar no sólo sus buenas y malas vibras, sino también las críticas y posturas de sus opositores. Esas, entre otras herramientas, pueden ser útiles a la hora de compartir el poder, y de evitar juicios sumarios cuando al final el que nada debe, nada teme, y en la finitud de lo humano y lo que lo rodea, lo primero que será destruido se llama Ego.

Preguntad a Ozymandias, que ya no está, y cuya gigantesca obra desapareció cuando lo sucedieron en el poder sus enemigos.

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.

Nació en San Luis Potosí en 1974. Actualmente es director de Publicaciones y Literatura de la Secretaría de Cultura, y también dirige la Casa del Poeta Ramón López Velarde y la Editorial Ponciano Arriaga. Ganó el Premio Nacional de la Juventud en Artes en 1995 y el Premio 20 de Noviembre en 1998 y 2010. Ha publicado siete libros de poesía y uno de cuento. Fundador de las revistas Caja Curva y CECA, también colaboró en Día Siete, Tierra Adentro, entre otras. Asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, siendo él presidente municipal, gobernador y director de Casa de Moneda de México.

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