Le llega su tiempo a la estructura antidemocrática electorera gallardista

Por Victoriano Martínez

Se podría pensar que a partir de ahora las acciones del gobierno de Ricardo Gallardo Cardona entran a una fase en las que se verán condicionadas por objetivos electoreros ante el inicio formal del proceso electoral federal 2023-2024, pero no… sus intenciones electoreras nacieron con el sexenio.

Ocho días le bastaron a Gallardo Cardona para transferir su estructura de campaña al gobierno estatal, y empatar la estructura de operación de los programas sociales de la Secretaría de Desarrollo Social y Regional (SEDESORE) y del DIF estatal con la cartografía electoral, en un acto público realizado el 4 de octubre de 2021.

“Tienen grandes equipos de trabajo y este combate que estamos haciendo hoy con la desigualdad lo vamos a ganar, así como hemos ganado muchas otras cosas más”, dijo a quienes se encargarían del reparto de despensas y otras ayudas en los 15 distritos electorales del Estado, luego de halagarlos porque “es increíble lo que ustedes saben hacer en las calles, en las colonias, en las comunidades”.

La evidente labor electorera que mostraba sin ningún pudor, el siempre sospechoso uso de los programas sociales con antidemocráticos fines clientelares al atentar ventajosamente contra la dignidad ciudadana pudo ser la inercia de la campaña electoral que apenas quedaba atrás.

Una inercia a la que también se le pudo atribuir la manifestación abierta de la adicción al aplauso de Gallardo Cardona cuando inicio la gira de los programas sociales el 8 de noviembre de 2021 para hacer la primera entrega de becas alimentarias (eufemismo sexenal de despensas). Al día siguiente pareció abrir paso a un intento por corregir esa adicción cuando anunció:

“Es la primera vez que voy a ir a entregarlas y la última vez que lo haré yo personalmente, porque después ya esas becas van a llegar directamente a las casitas de todas las personas, ya no se les pedirá que vayan a algún lugar a recogerlas”.

Con el Nuevo Plan de San Luis que anunció entonces, se esperaba que limitara ese culto a la personalidad en que se convierte cada nuevo programa social, pero no fue así y la adicción al aplauso redundó en giras y giras por cada programa social puesto en marcha: becas para adultos mayores y para madres solteras, paquetes escolares… hasta llegar a clínicas rosas.

Un culto a la personalidad con el respaldo de una estructura electoral gubernamental con capacidad de movilización clientelar para alimentar escenografías de popularidad en arranques e inauguraciones de obras, conmemoraciones y demás eventos en los que el mandatario considere que necesita toques de popularidad.

De paso, una capacidad de movilización cultivada con tal esmero para tenerla disponible para prestar servicios de exhibición de musculo electorero a cuanto personaje resulte conveniente para una supervivencia politiquera y, con suerte, para avanzar en ese deformado curso de las carreras de la politiquería.

Las movilizaciones a favor de las corcholatas de Morena que esa estructura electorera apoyó –y la no movilización para dejar de apoyar a otras– en las últimas semanas dan cuenta de la condición de instrumento que tiene ese esquema para quedar bien con quien le resulte conveniente a quien lo opera: Gallardo Cardona y su grupo.

No, el inicio formal a partir de hoy del proceso electoral federal 2023-2024 no marca una fase en la que las acciones gubernamentales se contaminaran con la politiquería en puerta, porque la estructura electorera fue montada desde el 4 de octubre de 2021.

Lo que hoy marca el inicio del proceso electoral federal, y la designación de Claudia Sheinbaum como coordinadora de los comités de defensa de la Cuarta Transformación y virtual candidata presidencial, es algo más burdo: al servicio de quién se pondrá toda esa estructura electorera aceitada durante los últimos dos años con el erario de los potosinos para fines politiqueros de gavilla.

Un pragmatismo politiquero que no respeta la dignidad ciudadana, y con ello a los valores de la democracia, con tal de tener garantizados votos, sin importar que sean producto de ofensivas dádivas clientelares.

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