8M: 10 mil almas que gritaron por la libertad (Galería)

María Ruiz

Martes, tres de la tarde. La ciudad está despierta y activa. Las calles del Centro Histórico son un arroyo de pasos que aterrizan ansiosos, para incorporarse a una batalla simbólica.

Las mujeres se preparan para manifestarse y quitarse una vez más la máscara del silencio y la injusticia.

La violencia ya no pudo sujetarlas más y en el Día Internacional de la Mujer, las herederas de Cirse y Medea buscaron arrasar con la naturaleza cruel del hombre y se solidarizaron para convertirse en una sola.

A las cuatro de la tarde, un mitin y un tendedero de denuncia reflejaron el trabajo colectivo con el que dio inicio la conmemoración pública de este día, ahí se expusieron todas las violencias contra las mujeres en cualquiera de los ámbitos en los que ellas se desarrollan.

Entre gritos y uno que otro joven incauto –que pensó que podía pasar desapercibido–, inició la marcha.

El viento era denso, como los reclamos de los contingentes, esos que incomodaron a algunos sujetos que se encontraban sentados sobre el concreto de la calle 5 de Mayo, con miradas retadoras, como si salieran de la penumbra, acechando –como lo hacen a diario– a las mujeres a quienes acusan de disolutas y radicales.

Eran las cinco de la tarde y 10 mil mujeres despertaron del sopor y la abstracción originada de la sumisión y la violencia.

La conmoción fue inevitable.

Todas se abrían paso, entre consignas y carteles que relataban –entre líneas– sus historias personales de lucha.

El espacio era reducido. Las calles adoquinadas de San Luis soportaron el caminar fuerte y contundente de aquellas mujeres que tienen memoria y están deseosas de justicia.

A la cabeza de la marcha, las familias víctimas colaterales de feminicidio llevaron la ruta de exigencia.

El calor era intenso y la refracción de la luz sobre el asfalto modificó aquella imagen que a lo lejos parecía un espejismo, de aplomo y resistencia.

A las seis de la tarde la movilización arribó a la Fiscalía General del Estado. Encapuchadas tomaron el espacio para acompañar y “acuerpar” el dolor de las madres, a quienes les arrebataron a sus hijas.

El reclamo se hizo urgente y doloroso. Eran las voces de una catástrofe social, de familias que han soportado oleajes tormentosos de revictimización por parte de las autoridades.

El llanto se apropió del ambiente, sus rostros miraban abajo, tratando de comprender la indolencia y crueldad de este mundo.

Nada importaba en ese momento. 

De pronto la escena cambió su rumbo, la Fiscalía se convirtió en un gigantesco mural de reclamos.

Pintas verdes, moradas y rojas cubrieron los barrotes de este organismo estatal, que tiene una deuda enorme con la sociedad.

La marcha continuó su camino.

El cielo se tornó oscuro y a las siete de la tarde una manta verde cubrió el Edificio Central de la máxima casa de estudios.

Los aerosoles de pintura comenzaron a rodar por el piso.

La esperanza radical se ilustró en aquel espacio, que recordó por unos momentos aquella imagen tan compleja y ambigua que trazó Goya en su obra “Los desastres de la Guerra”.

Mujeres víctimas de la crueldad, de esencia liberal y reveladora, que luchan contra la miseria y la bestialidad del hombre.

Así fue como la fachada de este sitio se convirtió en un espacio de contienda simbólica contra el acoso, el hostigamiento sexual y la violencia.

El fuego de la represión consumió casi por completo la fachada de esta institución, como una advertencia y consecuencia de aquella estructura patriarcal que tanto aqueja a las mujeres de la Universidad.

Así culminó el andar de las mujeres de este ocho de marzo, como un susurro de hermandad que llegó a decirle al mundo “aquí estamos y no vamos a parar”.

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