El faraón y su corazón agravado

Alejandro Hernández J.

La mañana del 22 de octubre sucedió un evento singular a las afueras del Palacio Nacional: alrededor de doscientos cincuenta presidentes municipales se instalaron con lonas, tambores y cohetones desde las 5:30 horas. Momentos más tarde intentaron entrar por la fuerza a través de la Puerta Mariana (llamada así en memoria del presidente Mariano Arista) a la conferencia presidencial mañanera, por lo que recibieron una descarga de gas lacrimógeno.

Según la vocería del Gobierno de la República, los alcaldes —quienes exigían un aumento al presupuesto estatal y municipal en el Proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación 2020 (PPEF 2020)— fueron invitados a mesas de diálogo por parte de la Secretaria de Gobernación (aunque, en realidad, es en la Cámara de Diputados donde los alcaldes cuentan con representación parlamentaria para debatir sobre el presupuesto). Sin embargo, su negativa subió de tono, razón por la cual “con fines disuasivos se dispersó una dosis moderada de aerosol defensivo en el ambiente”.

En el grupo de manifestantes se encontraba Salvador Carmona Ayala, alcalde de Yuriria, Guanajuato. Visiblemente molesto por la descarga de gas pimienta, se acercó a la Puerta Mariana y gritó: “Salgan pa’ matarlos a balazos, cabrones”. Al día siguiente, el funcionario fue entrevistado por Álvaro Delgado y Alejandro Páez, del grupo Radio Centro. “Se me chipoteó; lo que quise decir era ‘Salgan para darnos abrazos’”, declaró Carmona Ayala a los periodistas.

Durante esta entrevista se recordó que el presidente municipal busca construir el Cristo más grande del mundo. El monumento sería cuatro veces más grande que el Cristo del Corcovado en Río de Janeiro y requeriría una inversión de al menos mil novecientos millones de pesos. El mandatario de Yuriria ha reconocido ante varios medios que se trata de una manda, pues había sido diagnosticado con cáncer. 

Desde luego, el alcalde Carmona Ayala no es el único que, siguiendo una lógica personal y religiosa, se sirve de un mandato para construir un proyecto faraónico. En efecto, la expresión que acabamos de emplear para este tipo de proyectos nos recuerda que se trata de un hecho que ha recorrido la historia: ¿no fueron las pirámides de Egipto, con textos religiosos grabados en sus paredes, criptas reales para los faraones?

Por otro lado, una cierta mirada crítica nos permite incluso observar ciertos hechos y textos religiosos como crónicas de la instalación y del ejercicio del poder. Si tomamos, por ejemplo, el pentateuco (los cinco primeros libros del Antiguo Testamento), vemos en el centro la historia de un dios que muestra los alcances de su fuerza para hacerse venerable. 

Como bien sabemos, este relato ocurre justamente en Egipto y, a propósito de los proyectos faraónicos, termina con la humillación estrepitosa de Faraón. El dios Jehová se aparece a Moisés para solicitarle que pida la salida del pueblo de Israel ante el soberano egipcio, después de lo cual deberán dedicar ofrendas al dios. Sin embargo, el dios se encarga de exacerbar la terquedad del gobernante de Egipto para así poder mostrarle su fuerza a través de calamidades contra su tierra y sus habitantes: “Y yo endureceré el corazón de Faraón, y multiplicaré en la tierra de Egipto mis señales y mis maravillas”.

La serie de desgracias comienza: el agua del río Nilo se convierte en sangre; ranas, mosquitos, langostas y moscas cubren las tierras; lluvias de granizo matan al ganado, etc. Al final de cada evento trágico, Faraón sigue negando la salida al pueblo de Israel: “Mas Faraón agravó aún esta vez su corazón, y no dejó ir al pueblo”. Estas negativas permiten al dios, por mediación de Moisés y su hermano, juzgar al mandatario con cierta ironía: “¿Hasta cuándo no querrás humillarte delante de mí?”.

Los alcaldes temen que los recortes presupuestales para los municipios alcancen hasta un veinticinco por ciento en ciertos rubros. Sin embargo, no ha sido necesario que exista una disminución presupuestal previa para que los municipios se encuentren ya infestados de calamidades que superan el número de las del relato bíblico. Dicho esto, por curioso que parezca y con toda proporción guardada, es más fácil establecer una cierta relación de semejanza entre la condición actual de nuestra ciudadanía y el personaje de Faraón que con el pueblo sometido. En efecto, a pesar del innombrable número de problemas al que nos vemos expuestos, permanecemos inmutados. Ejemplifiquemos este punto con un par de plagas potosinas bien conocidas.

En mayo pasado una serie de fuertes incendios forestales tuvieron durante varias semanas a la población de San Luis Potosí bajo una contaminación mayor a los 200 puntos IMECA. De hecho, este nivel es considerado como extremadamente malo y con efectos negativos inmediatos en la salud de la población en general. Las autoridades nunca declararon una contingencia ambiente (en realidad, este tipo de programas es inexistente en nuestra ciudad). El corazón de los potosinos se endureció: los autos siguieron circulando, la producción industrial no se detuvo, las clases no se suspendieron y todos nos expusimos prolongadamente a sustancias como el benceno, el amoniaco y el metano.

El 18 de octubre, Yvette Salazar Torres, secretaria de Ecología y Gestión Ambiental, compareció ante el Congreso del Estado. La secretaria reconoció la existencia de un daño irreversible en cuanto a la calidad del aire en San Luis Potosí y añadió que “difícilmente lograremos reducir la contaminación del aire si no dejamos de comprar coches”. Sin embargo, el deficiente transporte público de nuestra capital es una plaga tenaz. Aunque la Ley del Transporte Público de Estado de San Luis Potosí estipule que la mayor responsabilidad de las autoridades es presentar el transporte público como una mucho mejor opción que los vehículos privados, lo cierto es que los usuarios —pero también los operadores— somos testigos de un sistema de transporte que, en muchos casos, no hace más que incitar a comprar más coches (para quienes pueden darse el lujo, claro está). De nuevo, nuestro corazón potosino se endureció: ¿qué más da que dos compañías —Impacto total y CityBus— se disputen el monopolio de las tarjetas de prepago a costa de los usuarios? ¿Qué se le va a hacer al hecho de que ni un solo parabús muestre horarios o mapas con las rutas? (Para mayor precisión sobre las deficiencias del transporte público potosino, invitamos al amable lectorado a referirse a nuestro artículo anterior).

El recuento de nuestras plagas podría continuar: vialidades totalmente inundadas ante prácticamente cualquier lluvia, alumbrado público pobre, calles llenas de baches, etc. En todos los casos, la resignación parece haberse instalado firmemente en nosotros. ¿Por qué nuestro corazón ciudadano se encuentra tan agravado? ¿Qué pasará cuando logremos invertir el relato? Al parecer, la respuesta viene desde los países cuyas movilizaciones sociales han impresionado recientemente al mundo entero.

Como bien sabemos, la manifestación del pasado 25 de octubre que convocó a alrededor de un millón doscientas mil personas —equivalente a casi el quince por ciento de la población chilena— en Santiago de Chile ha causado el mayor estruendo mediático. “¿Hasta cuándo no querrás humillarte delante de mí?”, parece preguntar el pueblo chileno a su gobierno.

Las elecciones federales del año pasado en nuestro país permitieron liberar mucha presión social, pero, si las plagas continúan, solo es cuestión de tiempo para que la ola de protestas multitudinarias alcance a México. Cuando esto suceda, el Cristo gigante de Yuriria se asemejaría más bien a un becerro de oro y un aumento en el presupuesto para los municipios podría ya no hacer mucha diferencia.

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