Martín Faz Mora
Ayer la organización Oxfam presentó su informe 2018 bajo el título “Premiar el trabajo, no la riqueza” en él se apunta que: “El 82% de la riqueza generada durante el último año fue a parar a manos del 1% más rico, mientras que la riqueza del 50% más pobre no aumentó lo más mínimo”.
El informe analiza las causas y relaciones que existen entre el desproporcionado aumento de la riqueza extrema, y la situación de las personas que, aun trabajando, viven en la pobreza y con prácticamente nulas posibilidades de salir de ella. El informe indaga en las causas profundas y estructurales de tal situación, aportando recomendaciones que podrían ayudar a revertirla.
Oxfam es una confederación internacional de organizaciones no gubernamentales que desde hace años publica un informe anual sobre la desigual distribución de la riqueza a nivel mundial, así como informes temáticos, regionales o por país.
Entre los principales hallazgos el informe señala que en el 2018 “se produjo el mayor aumento de la historia en el número de personas cuyas fortunas superan los mil millones de dólares, con un nuevo milmillonario cada dos días. En 12 meses, la riqueza de esta élite ha aumentado en 762 000 millones de dólares. Este incremento podría haber terminado con la pobreza extrema en el mundo hasta siete veces”.
El estudio no duda en establecer que la riqueza extrema de unos pocos se erige sobre el trabajo peligroso y mal remunerado de una mayoría, donde la pobreza es inversamente proporcional a la riqueza extrema que la produce.
La tremenda brecha de la desigualdad es tal que hoy día 42 personas poseen la misma riqueza que los 3,700 millones de personas más pobres del mundo. Entre 2006 y 2015, los salarios se incrementaron en una media del 2% anual, mientras que la riqueza de los multimillonarios aumentó un 13%, seis veces más. Así, las personas más pobres tan solo han recibido una ínfima proporción del crecimiento económico mundial en los últimos 25 años. Durante el periodo de 1980 a 2016, el 1% más rico ha recibido el 27% de todo el crecimiento de los ingresos generado, mientras que el 50% más pobre de la población mundial apenas ha recibido la mitad: un 12% de todo el aumento de los ingresos, conforme al más reciente Informe sobre la Desigualdad Global publicado por el World Inequality Lab, citado por Oxfam.
El informe también analiza los efectos perniciosos que la pobreza y la desigualdad tienen para la democracia, y con preocupación señala la tendencia y proclividad de las élites políticas y económicas por restringir los espacios de libertad que demandan una sociedad más justa, entre ellas el derecho a la protesta, antes que combatir eficazmente la desigualdad, la pobreza y la concentración de la riqueza en poquísimas manos, mediante adecuadas políticas fiscales y de bienestar.
Por el contrario, la riqueza se ve directamente beneficiada por la evasión y elusión fiscal de sus detentadores prohijada por las propias autoridades gubernamentales. Datos del informe señalan que “el 1% más rico del mundo evade o elude impuestos por valor de 200 000 millones de dólares, y que los países en desarrollo dejan de recaudar por lo menos 170 000 millones en ingresos fiscales de los beneficios de las empresas y de los súper ricos”.
Para el estudio, la riqueza extrema es “inmerecida” y no se sostiene bajo la aparente lógica de la retribución meritocrática que el modelo económico dominante presumiblemente brinda a quienes sobresalen por el talento, el trabajo y la innovación. Tampoco acompaña la extendida creencia de que la extrema riqueza es, por sí misma, benéfica para el conjunto de la población, por la activación económica que teóricamente ésta podría generar, como por ejemplo las respectivas fuentes de empleo que supuestamente crea.
De hecho, el informe da cuenta de que la extrema riqueza se debe, en buena medida, a herencias, monopolios, o relaciones de nepotismo o de connivencia con los Gobiernos. Según sus cálculos: “cerca de una tercera parte de la riqueza de los milmillonarios ha sido heredada. En los próximos 20 años, 500 de los hombres más ricos del mundo traspasarán más de 2,4 billones de dólares a sus descendientes, una cantidad superior al PIB de la India, un país con 1 300 millones de habitantes”.
La desproporción remunerativa es tal que, por ejemplo, un día de trabajo de un director general en USA representa lo que gana un trabajador durante todo el año ahí mismo. En todo el planeta las retribuciones de accionistas y directivos se han disparado mientras millones de trabajadores y trabajadoras continúan percibiendo salarios de pobreza.
El informe es también puntual al señalar que la pobreza tiene un claro sesgo de género desfavorable para la mujer y que existe una estrecha relación entre la desigualdad económica y la desigualdad de género. Por ello es que el informe señala que “mientras las mujeres ocupan mayoritariamente los empleos más precarios, prácticamente todos los súper ricos son varones. Sistemáticamente, la mayor parte de los empleados mejor remunerados son hombres. No es casualidad que las mujeres estén sobrerrepresentadas en los trabajos mal remunerados e inseguros. En todo el mundo, las reglas sociales, las actitudes y las creencias infravaloran las capacidades de las mujeres y su papel en la sociedad, e incluso justifican la violencia y la discriminación contra ellas, al mismo tiempo que establecen qué empleos pueden hacer y a cuáles no pueden aspirar”.
El informe concluye señalando que: “Hay que redefinir una visión sobre una nueva economía más humana, que funcione en beneficio de todas las personas y no sólo de una minoría privilegiada.
Existen alternativas a la estructura actual de la economía. Podemos crear una economía más humana que anteponga los intereses de los trabajadores y los pequeños productores; y no los de quienes reciben remuneraciones astronómicas, ni de las grandes fortunas. Este tipo de economía podría terminar con la desigualdad extrema y, al mismo tiempo, preservar el futuro de nuestro planeta. Debemos rechazar los dogmas de la economía neoliberal y la inaceptable influencia que ejercen las élites sobre nuestros Gobiernos. Hay dos maneras importantes de lograr esto: diseñar economías más equitativas desde un principio, y hacer uso de las políticas fiscales (recaudación y gasto) para redistribuir y lograr una mayor justicia”.
Twitter: @MartinFazMora
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